Sangre de esperanza
In memoriam Héctor Abad Gómez*
Texto escrito por la profesora María Esperanza Echeverry López con motivo de la conmemoración del decimoquinto aniversario del asesinato del doctor Héctor Abad Gómez.
La memoria histórica hace la identidad de los pueblos, y es lógico recurrir al pasado para ponerlo al servicio del presente. Lo cual no significa que todos los usos del pasado sean lícito; éste se lee en su ejemplaridad, y la lección que extraemos debe ser legítima en sí misma no por provenir de un recuerdo que nos es querido o porque favorece determinados intereses, sino porque sirve a u na causa justa. Tzvetan Todorov
Hoy quisiera hacer alusión al legado del pensamiento en salud pública de Héctor Abad Gómez con un doble propósito: por una parte, un homenaje sencillo, más emotivo que académico, para un hombre que hizo de su vida una militancia sin tregua por la salud para todos, pero especialmente para los desposeídos; y por otra, como una experiencia compartida con el grupo de estudiantes gestores de esta iniciativa.
De una obra tan vasta y de una experiencia vital tan rica y compleja, y de la cual apenas tengo un conocimiento incipiente, destaco tres elementos: la vigencia de su pensamiento en salud pública, la tolerancia y la dimensión política de la salud pública.
1. Pensamiento en salud pública
Para Héctor Abad la salud pública era un componente imprescindible del bienestar, por eso su ejercicio pedagógico y su acción pública —consignados en numerosos escritos, en textos como el de Teoría y práctica de la salud pública, y en sus columnas de opinión en periódicos y revistas— se orientaron a difundir en sus estudiantes y a denunciar ante la opinión pública esa comprensión socio-política de las realidades sanitarias, que hiciera visible la relación entre las desigualdades sociales y las inequidades en salud. Esto implicaba trascender las concepciones técnicas para vivir y enseñar la salud pública como “una ética social”, un espacio de lucha por calidad y condiciones de vida dignas para todos, pero en especial para los más desfavorecidos.
Encuentro en este pensamiento varios elementos que mantienen su vigencia. En primer
lugar, la opción por una salud pública que no es neutral, es decir, que hace todo lo que hoy la mayoría de los ciudadanos, nuestra facultad y buena parte de las instituciones del Estado hemos dejado de lado: toma partido por los desposeídos, se opone, denuncia y crea opinión pública en torno a las desigualdades socio-sanitarias moralmente inaceptables, e interpela y cuestiona las políticas estatales que favorecen solo los intereses de unos pocos privilegiados.
En segundo lugar, la constatación de que es posible pasar de la teoría a la acción, o más bien, a la praxis, o sea a una práctica en construcción, susceptible de ser transformada por la reflexión, y hacer de la pedagogía en salud pública una de las vías para desplegar ese proyecto de vida. Sin duda, la fundación de la Escuela Nacional de Salud Pública, el trabajo en el departamento de medicina preventiva de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, la fundación y participación en varios periódicos universitarios y la puesta en práctica de iniciativas visionarias como las promotoras rurales de salud y la lucha por la
salud desde los derechos humanos, dan cuenta de esa praxis no exenta de vicisitudes y de proyectos inconclusos, pero que nos deja como lección la posibilidad de enseñar con el ejemplo.
En tercer lugar, la reivindicación del humanismo, a la par con la ciencia, la técnica y la eficiencia, y no como noción residual o complementaria de la salud pública, actualiza la indagación por el tipo de salubrista que hoy queremos formar y que nuestros estudiantes aspiran a ser, precisamente ahora cuando el mercado y la rentabilidad económica desplazan a la solidaridad, la equidad y la universalidad como principios rectores de lo público y de la planificación y prestación de servicios de salud; mientras la enseñanza y la práctica de la salud pública, en el mejor de los casos, se silencian o se adaptan rápidamente a la nueva racionalidad económica.
El pasado se lee en su ejemplaridad y la memoria histórica puede ayudar a esa construcción siempre problemática de la identidad. El sentido de permanencia del pensamiento en salud pública de Héctor Abad Gómez radica en que supo trascender de lo particular a lo universal: al principio de justicia, a la dimensión ética, a la praxis, trazando un horizonte posible, ético y político para la salud pública. Y es desde ese sentido universalista en que cabe la pregunta por el proyecto de facultad que tenemos y el que queremos construir.
¿Cuál es hoy nuestra identidad?
Los escenarios socio-políticos y económicos nacionales y mundiales han cambiado.
Colombia hoy ha retrocedido una década en desarrollo social. En salud, con un gasto
proporcionalmente más alto, cerca del 50% de la población no está cubierta por un seguro de salud, las antiguas inequidades socio-sanitarias se han multiplicado, resurgen las epidemias y enfermedades ya controladas, y rápidamente se pierden las fortalezas en gestión pública sanitaria que el país tardó décadas en construir.
Si bien esta realidad también está hecha de una deuda social acumulada que rebasa el
ámbito de la salud, cabe otra pregunta: ¿cuál es nuestra responsabilidad como facultad y como salubristas en la producción y el mantenimiento de nuestra actual realidad en salud? ¿Queremos cambiar esa realidad? ¿Cómo y hacia dónde? Creo que volver a Héctor Abad y releerlo aportaría algunas claves —necesarias más no suficientes— para responder serena, honesta y públicamente a estos interrogantes y para, eventualmente, guiar el cambio.
2. La tolerancia
Se entiende como el reconocimiento de la alteridad, la convivencia en medio de la
diversidad y el ejercicio de la pluralidad. Tal vez “el mesoísmo”, acuñado y suscrito por el doctor Abad, pretendía expresar esa posición filosófica y esa actitud política en la cual decididamente se toma partido, pero con igual firmeza rechazaba el fanatismo de las posturas extremas, cualquiera que fuere su fundamento ideológico, académico ó político, rescatando la complejidad del conocimiento y de la naturaleza humana y la diversidad y riqueza de la vida social y de la acción política civilista.
Quizás ésta interpretación mía sea imprecisa. En mis lecturas incompletas y aún
preliminares de la obra de Héctor Abad no encontré muy elaborado ese concepto, pero en todo caso, esa visión de la tolerancia otorga el derecho a ser y a pensar diferente, a validar otra posición, cual es la de tomar distancia de los extremos, jugándose al mismo tiempo las apuestas vitales.
En esa perspectiva encuentro claves para transitar un camino del que aún nos falta mucho, cual es el de hacer del conocimiento, de la academia y de la práctica pedagógica en salud pública un territorio tan diverso como la vida misma: recuperar la esencia libertaria y universalista de la Universidad, la posibilidad de disentir y el derecho al ejercicio de la oposición como reales garantía de democracia. Sin tolerancia no podemos autoafirmarnos, ni dirigir la docencia hacia la formación de salubristas autónomos, con criterio propio y con sentido de ciudadanía.
3. La dimensión política de la salud pública
Hannah Arendt retoma y actualiza el significado de la política para los griegos: lo político es por excelencia público, pertenece al mundo de la polis, de los asuntos que —a diferencia del oikos, de lo privado— interesan a todos; por eso lo público debe ser transparente, porque es lo que se hace de cara a los otros. Es ese espacio real y simbólico donde se construye el interés colectivo, la arena donde se juegan los poderes y contrapoderes, donde los conflictos y la oposición no violenta son legítimos, necesarios y visibles.
A esa perspectiva política de la salud pública le apostaron la vida y obra de Héctor Abad, la denuncia y la lucha contra las inequidades sociales y en salud son una constante en sus escritos y en su propia experiencia vital. Buscando transformarlas incursionó en la administración pública y aspiró a la Alcaldía de Medellín. Con sus asesorías a organismos sanitarios nacionales e internacionales, quiso incidir en el contenido y alcance de las políticas públicas, sociales y de salud. Creía en lo que hizo de su vida: en la salud pública como un saber y una práctica esencial y primordialmente políticos, cuyo objetivo fuera “la
utopía posible” de una población sana, horizonte que supera el ámbito estrecho de las instituciones y de la organización sectorial de salud. No en vano su vida fue segada al frente del Comité de Derechos Humanos de Antioquia.
Esta apuesta por lo político nos sitúa hoy de frente a las opciones que nos queremos jugar como facultad y como salubristas en el espacio de lo público, en que cualquiera que sea la verdad, hay que decirla. Una práctica consecuente implicaría en primera instancia, reconocer y contarles sistemáticamente a los estudiantes, a los profesores, al gobierno —no importa que ya lo sepa—, a las organizaciones sociales y a la opinión pública, que hoy Colombia es un país con más de 60% de la población por debajo de la línea de pobreza y con 20% en condición de miseria, que 60% de la población económicamente activa trabaja en el mercado informal, que los organismos nacionales e internacionales en salud se acomodaron rápida y acríticamente a la rentabilidad económica como principio rector de su
quehacer, que hoy la equidad y la democracia son discursos —que no prácticas—
maniqueos y vacíos de contenido, y que hoy la salud pública guarda imprudente y
vergonzoso silencio mientras se cierran los hospitales públicos —los únicos a los cuales podían asistir los pobres— y se profundizan como una gigantesca afrenta moral las inequidades en la situación de salud y en el acceso a los servicios de salud.
La formación de una conciencia crítica en la sociedad, de estudiantes sensibles al
sufrimiento y a la injusticia (generados en buena medida por los propios estados y
gobiernos) y de una ética ciudadana —ethos civil— responsable y propositiva es tarea
indelegable y permanente —aunque no exclusiva— de la Universidad. Tal vez ese sería un principio para recuperar, como dice Boaventura de Souza Santos, la capacidad y el derecho a la indignación —incipiente pero valioso germen de ciudadanía—, la misma indignación que se advierte en muchos escritos de Héctor Abad, con la esperanza de convertirla algún día en acción política.
Por eso los estudiantes y profesores sensibles que vibran con la salud pública no pueden renunciar a la política, en el sentido más amplio y humanista de la palabra. Carlos Gaviria Díaz —a propósito, amigo y compañero de Abad Gómez en la lucha por los derechos humanos— decía en una entrevista reciente que la política no es secundaria porque allí también se juega el sentido vital de lo personal. Y esta inquietud movilizadora que ha llevado a los estudiantes a gestar este acto in memoriam de Héctor Abad, hay que cuidarla con fe, con tesón, con la fuerza y la pasión de la juventud, como se cuida un brote frágil que retoña, para dar flor y fruto: “corazón de estudiante / hay que cuidar de la vida / hay que cuidar de ése brote, para salvar a los dos: flor y fruto”.* * Fragmento de la canción Corazón de estudiante de la música popular brasileña, compuesta por Milton Nascimento.
La convicción y la acción políticas también están hechas de persistencia, más aún cuando se escoge tomar distancia frente al poder establecido. Héctor Abad, un hombre de rupturas, planteaba, —paradójicamente, con talante conservador—, “trabajar dentro del sistema”, “no dedicarnos a cambiar la organización social”. Podemos o no compartir este punto de vista, pero él siempre persistió, y más allá de las dificultades, de las incomprensiones, de los fracasos, de la intolerancia y de sus propios proyectos inconclusos, estuvo su vocación vital por la salud pública. “Cuántas veces su retoño fue arrancado del camino, cuántas veces
su destino fue torcido hasta el dolor, mas volvió con su esperanza, con su aurora cada día.”*
Tal vez la pasión por la salud pública no pueda enseñarse, pero sí el legado de una vida: el mejor homenaje a Héctor Abad sería el de trascender el discurso y la exaltación y llenar de contenido la enseñanza y la práctica de la salud pública. Como un paso en esa dirección, le propongo a la Facultad y a la Universidad, generar e impulsar una cátedra sobre el pensamiento de este prohombre de la salud pública.
Medellín, 22 de agosto de 2002
Corazón de estudiante
Canción Brasileña, Milton Nascimento y Warner Tiso)
Quiero hablarles de una cosa,
como sangre de esperanza,
que respira en nuestro pecho,
y se mece como el mar:
duerme siempre a nuestro lado,
acaricia nuestras manos,
es pasión de libertades,
y joven como este amor.
¿Cuántas veces su retoño
fue arrancado del camino?
¿Cuántas veces su destino
fue torcido hasta el dolor?
Mas volvió con su esperanza,
con su aurora cada día,
y hay que cuidar de ese brote, ¡oh!,
para salvar a los dos: flor y fruto.
Corazón de estudiante,
hay que cuidar de la vida,
hay que cuidar de este mundo,
y comprender a los amigos.
La alegría y muchos sueños
que iluminan los caminos,
verdes, planta y sentimiento,
hojas, corazón, juventud y fe.
1 Publicado en la Rev. Fac. Nac. Salud Pública 2002; 20(2): 137-141
* Ibid.
martes, 17 de julio de 2007
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