viernes, 30 de noviembre de 2007

EL FUNDAMENTO DEL CONOCIMIENTO EN EL ÁMBITO DE LA SALUD: EL CURAR Y EL CUIDAR...

Autor: Sonia Olaya de Dreher

La presentación de la visión del conocimiento esencial, y su indiscuti-ble importancia en momentos de cuestionamento y crisis de los fundamentos existentes, tiene como finalidad evocar el ámbito de lo humano irrenuncia-ble, como guía de un pensamiento que nos permita exclarecer la dificultad y superar el límite del conocimiento disciplinar, en nuestro caso aquel de la salud.

A la búsqueda de lo esencial partiremos desde la interrogación por el fundamento, en general, para de ahí revisar la amplitud del conocimiento en Salud, correspondiente a su comprensión de lo humano, y expresada en la interpretación de la cura y el cuidado del hombre; para así entrar a demar-car un dominio que nos permita asumir de modo cierto y esencial las pro-blemáticas que hoy nos convocan.

En aras del discurrir esencial empecemos por despejar el termino Fundamento. Fundar es colocar los cimientos que permiten erigir y sostener el volumen y el peso de una obra. El fundamento es la base oculta, no evi-dente, que da estabilidad, seguridad, fortaleza y duración al construir o edi-ficar. Podemos también crear, inventar, construir, o edificar sin fundamen-tos, y este desajuste puede incluso funcionar hasta que se da la crisis. La crisis es crisis, porque pone en evidencia la ausencia de calidad de los fun-damentos que forjan una estructura.

En el plano conceptual el fundamento es también la base primera so-bre la cual apoya el orden, el principio que da lugar a expresar una repre-sentación intelectual, mediante la cual determinamos un objeto, o la totali-dad de un dominio de objetos. Un dominio puede ser la naturaleza, la vida, el hombre, la salud, la medicina, el arte, etc, y constituyen y demarcan el terreno propio de la investigación de las ciencias.

Desde la lógica de las perspectivas el fundamento puede ser interpre-tado como razón necesaria del ser de algo, que lo explica y justifica; y como principio de conexión, contingente, suficiente, mas no necesario, que no pretende explicar la esencia, sino solamente el sucederse de la cosa. En ambos casos estamos tratando de definir la cuestión capital que rige el cono-cimiento objetivo, dentro de los límites de las reducciones necesarias al pen-samiento representativo, fundado en la observación de la naturaleza desde la perspectiva del dominio y el control; y fruto de la comprensión que inter-preta el Todo, como sistema mecánico aislado, constituido de partes mani-pulables, que pueden ser experimentadas, en el mejor de los casos desde la confianza infantil, que lo que desbaratamos se puede de la misma forma re-componer.

La ciencia vive la ilusión arrogante del poder de la técnica que luego transformó en tecnología; siempre a la saga, supuestamente, de las implica-ciones que genera, y de la responsabilidad por las consecuencias que con-lleva, la adopción de supuestos demostrables, que se pueden revelar invá-lidos. La ciencia presupone y aborda el Todo desde su funcionar, y pretende demostrarlo en las partes. Pero qué sucede si lo que esta fallando es el enfo-que mismo; a qué sirve que la descripción sea cierta, si la interpretación no es valida?...

Ante el agotamiento de esta tendencia típica de la modernidad, aparece una óptica crítica al interior de la misma ciencia, insistiendo en la necesi-dad que tiene el conocimiento hoy en día, de replantear la visión reduccio-nista mecánica, en la consideración de una totalidad que incluya el cambio, el azar, y el caos; que permita incluir la imprevisibilidad de la naturaleza, y la incertidumbre de las descripciones científicas. Desde este nuevo punto de vista el mundo científico esta revisando la pretensión determinista de objeti-vidad, y causalidad, para propugnar por una nueva conciencia holística que acepta y asume el límite del pensamiento para aprehender las verdades del universo.

La pregunta que en este punto aparece es si el todo de la nueva pro-puesta surge de una verdadera reflexión conciente del extravío al cual ha llegado la ciencia, y que supondría necesariamente la humildad de una pau-sa meditativa sobre el camino recorrido y los estragos ocasionados. O si sólo se trata de otro modo de persistir en la arrogancia de la voluntad de poder, que ante el obstáculo de lo imprevisible, desarrolla una actitud de desafío oculto, que mas que renunciar al poder del manipular las partes, decide acometer la ilusión extrema de jugar a la creación.

La ilusión de transformar la naturaleza en una extensión inaudita y cínica de la mente, que en medio de la extravagancia, propia del miedo vuel-to pánico en el persistir de la incertidumbre, decide: enfrentar las interrela-ciones múltiples de los sistemas, la interconexión de las formas biológicas, de la célula, del organismo, de los ecosistemas; justificando la idea de poder, no ya de recomponer la unidad despedazada y desquiciada, sino de, radica-lizar la misma actitud hasta el extremo. De poder transformar la naturaleza no en la intención de conocer lo dado, sino a partir del desafiante recono-cimiento de las limitaciones y las dependencias, que autoriza una explora-ción extra-vagante de ella, donde nadie puede ya preguntar más, qué encon-traremos, y a quién servirá lo que encontraremos.

Las ideas de la nueva conciencia de la imprevisibilidad asumen el peli-gro de llegar a enfrentar realidades y actividades in-sospechadas, e in-auditas. La conciencia de la humanidad desaparece, arriesgada a vagar en los mundos de la inconciencia, jugándose desesperadamente la necesidad de un cambio, no sólo de actitud, sino de la constitución misma de la natu-raleza humana.

En búsqueda de una vía que más que re-componer la unidad, desde los fundamentos mismos del pensamiento lineal que provocó la fractura; surge la necesidad de revisar radicalmente la fundamentación misma de este modo de comprender el mundo, en aras de re-constituir la posibilidad de un conocimiento total y auténtico, que corresponda y sirva a la esencia huma-na.

La comprensión esencial del fundamento que a continuación aproxi-maremos no es afín a ninguno de los momentos de la objetividad menciona-dos, ajenos a la esencia y la dificultad no definible del ser humano; núcleo primordial del pensamiento donde surge y se sostiene de la letal gravedad de la crisis reinante, hoy globalizada.

La época ha perdido la esperanza en la autoproclamación de la ciencia moderna, de ser garante para una vida feliz; consolándose con los efectos artificiosos de la estética. El otrora problema del abastecimiento de energía, se ha tornado pregunta por la capacidad de dominar las fuerzas desperta-das mediante la tecnología. Todas las técnicas: de comunicación, alimenti-cia, militar, médica, artística, se mueven hoy en día velozmente y en direc-ciones no previsibles; que no permiten ya ni siquiera hablar de avance. La existencia del hombre esta siendo desvirtuada por el automatismo, asfixian-do la voluntad y la facultad de decisión del hombre, dejando manifiesto que no fueron hechos por una conciencia de lo humano, y que no están en grado de acompañar la libertad y dignidad del hombre. Lo humano reducido a substancia viva, se volvió susceptible de ser descompuesto, alterado, re-diseñable; hasta el punto de no poder asumir en profundidad y gravedad, el pensamiento de la fatalidad de estar siendo desvirtuados. Sorprendidos por la audacia de la investigación científica, nos acostumbramos a las imáge-nes absurdas, dislocadas, olvidamos la afrenta que esta debilitando el poder de seguir siendo humanos, el poder de ser serenos para reflexionar el engen-dro del huevo roto de la serpiente.

La comprensión del hombre y del mundo como objetos; y de la natu-raleza como mera fuente de suministros, ha revelado el trasfondo perverso de una expectativa, que impuesta como parámetro obligado del pensar, es el núcleo del poder que hoy avasalla los pueblos de la tierra.

“Ningún individuo, ningún grupo humano, ninguna comisión de im-portantes estadistas, investigadores y técnicos, ninguna conferencia de per-sonalidades directivas de la economía y de la industria es capaz de frenar o de orientar el curso histórico de la era atómica. Ninguna organización exclu-sivamente humana está en situación de apoderarse del mando de esta épo-ca.

El hombre de la era atómica quedará entregado, inerme y sin amparo, a la irresistible preponderancia de la técnica. Así ocurrirá si el hombre actual renunciase a poner en juego, en la partida decisiva, el pensamiento reflexivo frente al pensamiento meramente calculador. Pero si el pensamiento reflexi-vo despierta, la meditación deberá hallarse en su tarea constantemente y ante el más mínimo motivo, o sea también aquí y ahora, precisamente...” hoy, y a propósito del fundamento del conocimiento en el ámbito de la salud.

El conocimiento puesto ante la sin salida del pensamiento calculador, se encuentra exhausto por la urgencia de llevarse a cabo en los tiempos me-tódicos de las agendas de planeación, y en todas las demás obligaciones propias de los regímenes marciales, empresariales e institucionales, en los que tiene que asociarse para sobrevivir, el hombre disociado. El conocimien-to al margen de lo esencial humano manifiesta la hondura de su tragedia, en la creciente angustia del hombre aislado, mero número indiferente de re-gistros sociales, funcionando; agotado en medio de virtuales e infructuosos esfuerzos individualistas de auto-estima, auto-valoración, y auto-absolución.
Ante esta triste y desesperada visión, aparece la necesidad de un pensa-miento reflexivo, que vuelva a colocar la pregunta por la esencia, que posibi-lite la búsqueda y el hallazgo de un fundamento, donde volver a encaminar-nos hacia el único norte que puede guiar el conocer: la unidad humana. Un pensar que no teme el riesgo máximo de desvirtuarse al acoger la diferencia, que la comprende no como agregado, ni como tolerancia; sino como posibili-dad de ampliarse trascendental, fundada en la confianza de la fortaleza que brinda una verdadera estructura, aquella que resiste los remesones de los tiempos de crisis. No desde la obstinación fundamentalista, sino como dis-posición a la esencia, que correspondiendo a la necesidad del instante, es fruto y semilla de una visión que esta a la altura de la esencia humana a li-berar.

Hasta aquí el primer momento de nuestro discurrir la necesidad y justificación del conocimiento fundamentado, que da pie a situarnos en la especificidad de la fundamentación del ámbito esencial de la salud.

Señalado el norte indiscutible del conocimiento esencial, como protec-ción y cura exclusiva de la especificidad del hombre; y como tal, aplicable necesaria y primordialmente al ámbito de la salud; el primer paso que damos en esta dirección es: la determinación del hombre no como ser vivo entre los demás seres vivientes, sino como único ser viviente que posee la decisión de ser o no ser sí mismo, que comprende y trasciende su propio ser sí mismo, sólo gracias a la posibilidad de ser con los otros seres semejantes. Y de ahí, de la posibilidad de conocer su propia esencia, su tarea, no vital, sino exis-tencial, libre, y sólo desde ahí, la posibilidad de conocer y cuidar la esencia de los demás entes.

La comprensión de la constitución fundamental específica de la espe-cie humana como un trascendental debe ser asumida: si lo que en verdad nos ocupa es rescatar lo esencial, hoy totalmente velado por un conocimien-to basado en la relatividad y gravedad propios de los sistemas del mundo natural, de los cuales el hombre participa, como ser vivo, pero no en la de-terminación fundamental de la especie.

Lo esencial humano es entonces la puerta de ingreso al mundo de la esencia, desde la intimidad de un hombre comprometido con su ser sí mis-mo con el otro. No desde una erudición subjetiva, producto de una noción cierta y relativa; sino como claridad capaz de ordenar en cada propósito la superioridad de lo esencial, y la subordinación, de todo lo no esencial a ello. Como tal lo esencial no admite preconceptos, ni conceptos, no es accesible desde el solo discurso mental, necesariamente disociado. La esencia de la existencia humana no es lineal, por lo tanto no es comprensible desde una lógica supeditada a deducciones e inducciones. En la existencia de un hom-bre se funden: la historia del devenir de la humanidad, la de una época, la de una generación, la de un pueblo, la de un clan, la de una familia, pero sobretodo las decisiones de un individuo debatiéndose o fracasando ante la tarea de ser si mismo con el otro. Volver plana la comprensión del volumen existencial de un ser humano, es ilusorio y pretencioso. La unidad del hom-bre no es una sumatoria de todos los anteriores aspectos, sino la conjuga-ción o el abandono de ellos en cada instante. La esencia humana es volumen existencial cotidiano siendo con el otro.

La salud o su ausencia, la enfermedad, no pueden ser objetivadas, porque el hombre que la goza o la padece, respectivamente, no puede ser de-preciado como objeto, ni siquiera en aras del conocimiento. Interrogados a propósito de lo esencial en la salud, reflexionemos si lo que estamos buscan-do es una respuesta teórica, relativa a un punto de vista, que nos pueda dar al máximo erudición; o si por el contrario nos mueve un compromiso esen-cial. Especular sobre salud es no haber experimentado en propiedad el dra-ma íntimo en el cual la enfermedad se establece.

La esencialidad de la pregunta por la salud, exige un ser situados al interior de ella; no es posible seriamente preguntar sin considerar nuestro propio ser enfermo, perturbado, moribundo, alejado de la primigenia unidad con el otro, reconocida como indisoluble, ampliada como capacidad de abar-car el no-ser desde la propia dificultad, venciendo la tentación generada por el miedo, de justificarnos en la complicidad del malestar.

Curar no es una especialidad de una disciplina, sino el privilegio del hombre que camina en la conciencia de su propia esencia disturbada, am-pliándose en la comprensión del otro.

La medicina como poder de un hombre sana la esencia humana; como arte puede curar el cuerpo, el ánimo y la mente; como servicio sólo se hace cargo del cuidado de la enfermedad.

Desde lo esencial el hombre tiene la posibilidad de curar a sí mismo en el otro, y al otro en sí mismo, uno al otro. Disociados de la condición intima mediada por la situación emotiva radicada en el tiempo, al máximo sólo po-demos cuidar. El hombre en esencia cura el otro, y cuida el mundo. Cuidar es atender el mundo sin el ser comprometido en la semejanza esencial humana, como si el otro fuera un ser más entre los seres, sin la conciencia que da la especificidad humana.
La cura es la posibilidad exclusiva humana y como tal trascendental y hermética, de llevar a cabo la posibilidad de ser sí mismo con el otro. La cura es el modo de ser del hombre abierto por el estado de animo dispuesto a ser sí mismo, con el otro.

En lo esencial el momento llamado pedagógico se torna maestría: ca-pacidad de comprender la magnitud de lo humano, posibilidad de ampliarse que da el ser fundamentado sin desvirtuarse, avistando lo inhumano.

Lo humano es la humanidad latente, aún vibrante, presencia viva, ca-lórica, manifiesta en el encuentro abierto de los semejantes; y potenciada en la difícil confrontación de aquellos que pueden o no, llegar a serlo. El mundo de la naturaleza sostenido en el misterio de la relatividad y la indeferencia, no son determinantes en la cura de la esencia humana. Humanamente so-mos llamados a superar la confusión de la indiferencia, mediante la claridad de una decisión radicada exclusivamente en la jerarquía de la unidad humana: comprenderlo es el inicio de la maestría.

Ser con el otro no es una buena intención, ni un deber moral, ni una conciencia de la individualidad de respetar, atender o cuidar al otro; no es una construcción o un acuerdo de donde surge la convivencia y sus dere-chos. Nada de todo esto es ser-con el otro.

Ser-con el otro es el fundamento de la individualidad y libertad humana, de sus intenciones y sus ánimos, de la verdadera conciencia nece-sariamente comunitaria, no sólo social. Ser-con el otro es sentir el otro; es el fundamento de la paz, del poder un día descansar en paz.

BIBLIOGRAFÍA

Castoriades, C. Ontología de la Creación. Bogotá. Ed. Ensayo & Error. 1° Ed. 1997.
Heidegger. M. Serenidad. Barcelona. Ediciones del Serbal.4° Ed. 2002.
Hoquenhem, G. Y Sherer, R. El alma atómica. Barcelona. Ed. Gedisa. 1° Ed. 1987.

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30 de Noviembre de 2007