jueves, 6 de septiembre de 2007
EL SIGNIFICADO DE LA VIDA HUMANA
HECTOR ABAD GOMEZ
En la Escuela de Medicina aprendemos mucho sobre las vidas de los parásitos, de las bacterias y de los hongos y muy poco sobre la vida de los hombres, sujetos a quienes nos hemos dedicado a salvar sin preguntamos por qué ni para qué. Asumimos que toda vida humana es valiosa y creemos contribuir al bienestar humano general, salvando la mayor cantidad de vidas que podamos y previniendo toda muerte prevenible. ¿Qué hemos conseguido con esto? Aumentar la cantidad de vidas humanas, sin preguntarnos su calidad. Ya es tiempo de que los médicos dejemos la vieja di-cotomía que consiste en creer que siempre la vida es buena y la muerte es mala y la reemplacemos por un análisis más científico y a fondo del problema vida-muerte humanas, para que tengamos más clara nuestra tarea. No debemos seguir creyendo que nuestra misión es salvar vidas, sino que debemos integramos dentro de una concepción más amplia de nuestro mundo y mirar el problema desde un punto de vista más general y social.
¿Cuál es el significado de la vida humana sobre la tierra?: ¿Para qué vivimos? He aquí dos preguntas básicas, que debemos saber contestamos antes de seguir viviendo y actuando, inconsciente o ciegamente, como agentes de la vida humana porque sí como defensores de la vida por sí misma.
¿Tiene la vida un valor en sí misma o depende dicho valor de la clase de vida que logremos vivir? ¿Deberemos ser agentes de la vida, de cualquier clase de vida, o solamente de un tipo de vida que consideremos ideal? ¿Cuál seria este tipo de vida? He aquí otra pregunta fundamental.
Digamos, de una vez por todas, que consideramos a todo ser humano vivo como el máximo valor sobre la faz de la tierra. La conservación de su vida, pero no de una vida cualquiera, sino de la mejor vida posible para él, es la empresa más importante a que una sociedad debe dedicarse. Esto significa que toda sociedad debe asegurarle a todos sus individuos salud, alimentación, dignidad, decoro, en una palabra, bienestar físico, mental y social. Todo ser humano, desde el momento de su concepción, debe ser sagrado para el médico. Esta noción tradicional debemos conser-varla, si no queremos perdernos por los peligrosos vericuetos del crimen. Lo que debemos reconsiderar es si toda clase de vida vale la pena vivirla o no. Esta es una decisión, obviamente, que cada ser humano debe hacer. Y aunque de hecho se hacen discriminaciones, esto se debe más al tipo de sociedad en donde vive el médico, que a su propia escogencia o voluntad. En una sociedad capitalista, por ejemplo, la salud es una mercancía que se compra por dinero y quienes no lo tienen, se tienen que contentar con atención de segundo orden o con ninguna atención a su salud. En una sociedad de tipo socialista la salud, como todos los demás bienes, se reparte más igualitariamente.
El costo de los elementos materiales de que está compuesto un ser humano se ha valorado en unos 14 dólares. Sin embargo, cuando un ser humano se muere, la pérdida es mucho mayor. El valor espiritual de su pérdida casi que se diría que no puede medirse. ¿Qué potencialidades se pierden en la muerte de un niño o de una persona joven? ¿O de una persona madura en su plena actividad física y mental? ¿Valen lo mismo todas las personas?
Teóricamente, todos los seres humanos son iguales, pero en la práctica esto no es verdad. Este es un hecho real que tiene que aceptarse sin discusión posible. El punto importante aquí es cómo tratar de reducir lo más posible estas desigualdades biológicas, sociales y naturales, que si es verdad que de hecho se presentan, muchas son el resultado de condiciones sociales que pueden cambiarse. Cuando la educación y la salud, por ejemplo, se presta en igual medida, cantidad, calidad e intensidad, a TODAS LAS PERSONAS, sin ningún distingo, lo que se está haciendo es tratando de superar las diferencias naturales biológicas, que muchas veces se reflejan en el campo social, dando origen a extremas desigualdades humanas -entre el genio y el idiota, por ejemplo- las cuales pueden atenuarse y disminuirse, proporcionando a todos las mismas circunstancias básicas ambientales, culturales y sociales. Esto haría menos duro y lograría reducir, por lo menos en parte, este estado de desigualdad social que hoy se presenta y sigue produciéndose en la gran mayoría de sociedades humanas. ¿Hay algún remedio para esto? Es evidente que sí. Ya lo hemos dicho. Una sociedad humana que aspira a ser JUSTA tiene que suministrar las mismas oportunidades de ambiente físico, cultural y social a todos y cada uno de sus componentes. Si no lo hace, estará creando desigualdades artificiales. Son muy distintos los ambientes físicos, culturales y sociales en que nacen, por ejemplo, los niños de los ricos y los niños de los pobres, en Colombia. Los primeros nacen en casas limpias, con buenos servicios, con biblioteca, recreación y música. Los segundos nacen en tugurios, o en casas sin servidos higiénicos, en barrios sin juegos ni escuelas, ni servicios médicos. Los unos van a lujosos consultorios particulares, los otros a hacinados centros de salud. Los primeros a escuelas excelentes. Los segundos a escuelas miserables. ¿Se les está dando así, entonces, las mismas oportunidades? Todo lo contrario. Desde el momento de nacer se los está colocando en condiciones desiguales e injustas. Aun desde antes de nacer, en relación con la comida que consumen sus madres, ya empiezan su vida intrauterina en condiciones de inferioridad. En el Hospital de San Vicente hemos pesado y medido grupos de niños que nacen en el pabellón de Pensionados (familias que pueden pagar sus servicios) y en el llamado Pabellón de Caridad (familias que pueden pagar muy poco o nada por estos servicios) y hemos encontrado que el promedio de peso y talla al nacer es mucho mayor (estad1sticamente significante) entre los niños de pensionado que entre los niños de caridad. Lo que significa que desde el nacimiento nacen desiguales. Y no por factores biológicos sino por factores sociales (condiciones de vida: desempleo, hambre) en las familias de los pobres, distintas a las condiciones en que viven las familias de los ricos. Estas son verdades irrefutables y evidentes que nadie puede negar. ¿Por qué nos empeñamos entonces -negando estas realidades ¬en conservar tal situación? Porque el egoísmo y la indiferencia son características de los ciegos ante la evidencia y de los satisfechos con sus condiciones buenas y que niegan las condiciones malas de los demás. No quieren ver lo que está a la vista, para así mantener su situaci6n de privilegio, en todos los campos. Esta es la situación colombiana en el momento actual -enero de 1973- Y todas las cifras e índices de medición social -los llama¬dos indicadores sociales- así lo revelan claramente. ¿Qué hacer ante esta situación? ¿A quienes les corresponde actuar? Es ob¬vio que los que deberían actuar son los afectados perjudicialmente por ella. Pero casi siempre, ellos, en medio de sus necesidades, angustias y tragedias no son conscientes de esta situación objetiva, no la internalizan, no la hacen subjetiva.
Aunque parezca paradójico -pero esto ha sido históricamente así- son algunos de los que la vida ha colocado en condiciones aceptables, los que han tenido que despertar a los oprimidos y explotados para que reaccionen y trabajen por cambiar las condiciones de injusticia que los afectan desfavorablemente. Así se han producido cambios de importancia en las condiciones de vida de los habitantes de muchos países y estamos ciertamente viviendo una etapa histórica en la cual en todos ellos hay grupos de personas -éticamente superiores- que no aceptan como una cosa natural que estas situaciones de desigualdad y de injusticia perduren. Su lucha contra "lo establecido" es una lucha dura y peligrosa. Tiene que afrontar la rabia y desazón de los grupos más poderosos política y económicamente. Tiene que afrontar consecuencias, aún en contra de su tranquilidad y de sus mismas posibilidades; en contra de alcanzar el llamado "éxito", en la sociedad establecida. Pero hay una fuerza interior que los impele a trabajar en favor de los que necesitan su ayuda. Para muchos, esa fuerza se constituye en la razón de su vida. Esa lucha le da significado a su vida. Se justifica vivir si el mundo es un poco mejor cuando uno muera como resultado de su trabajo y esfuerzo. Vivir simplemente para gozar es una legítima ambición animal. Pero para el ser humano, para el Homo Sapiens, es contentarse con muy poco. Para distinguimos de los demás animales, para justificar nuestro paso por la tierra, hay que ambicionar metas superiores al solo goce de la vida. La fijación de metas distingue y caracteriza a unos hombres de otros. Y aquí lo más importante no es alcanzar dichas metas, sino luchar por ellas. Todos no podemos ser protagonistas de la historia. La humanidad, como un todo, es la verdadera protagonista y hacedora de la historia. Como células que somos de este gran cuerpo universal humano somos sin embargo conscientes de que cada uno de nosotros puede hacer algo para mejorar el mundo en que vivimos y en el que vivirán los que nos sigan. Debemos trabajar para el presente y para el futuro, y esto nos traerá mayor gozo que el simple disfrute de los bienes materiales. Saber que estamos contribuyendo a hacer un mundo mejor, debe ser la máxima de las aspiraciones humanas. Cada cual haciendo la parte que cree hacer mejor. En un "proceso al Hamo Sapiens" que se siguió recientemente en una ciudad estadounidense, éste fue condenado por las estupideces que ha hecho hasta ahora -aun a veces con las mejores de las intenciones: la polución ambiental, la explosión demográfica, las guerras, el fanatismo y el odio, todo dentro de una civilización individualista y materialista, han sido el resultado hasta hoy de las actividades del hombre sobre la faz del mundo. Pero estamos reconociendo que nos hemos equivocado y que andamos por un camino que nos conducirá al desastre, es decir, hacia el deterioro de la calidad de la vida humana, hacia mayores sufrimientos y desesperanzas. La lucha por una vida mejor para todo el mundo apenas empieza en la todavía corta historia de la humanidad. Antes las preocupaciones eran otras. Se reducían a preocupaciones egoístas, de familia, de clan o de parroquia. Si mucho, a preocupaciones nacionales. En este momento, en la era de las comunicaciones y del intercambio mundial, las preocupaciones de los mejores hombres en todo el mundo se hacen cada vez más universales. Se ecumenizan y catolizan. Esta es la gran esperanza para la humanidad del presente y del futuro. Grupos de hombres cada vez crecientes, en las universidades y escuelas de la tierra, en las organizaciones técnicas y humanitarias de las Naciones Unidas y de diversas organizaciones filantrópicas, personas dedicadas al cultivo del intelecto y de las ideas de paz y de justicia, en los talleres y en los campos, en asociaciones y en sindicatos, van sintiendo que pueden ayudar al bienestar de todos los seres humanos, sin distinciones de raza, religión o nacionalidad. Estas personas sienten que tienen una misión que deben cumplir. Saben que el mundo nunca llegará a la utopía. Saben que nunca se podrá dejar de trabajar para siquiera acercarse, un poco más que ahora, al cumplimiento de ideales superiores. Pero van pasando la antorcha y la bandera a las generaciones sucesivas con la esperanza de que cada vez sean mayores la igualdad, la justicia, la libertad el amor entre los hombres. Eso, repito, le da significado a sus vidas.
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Autor: HECTOR ABAD GOMEZ
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