RED COLOMBIANA DE INVESTIGACION EN POLITICAS Y SISTEMAS DE SALUD
Para Coordinadoras y Coordinadores de Nodos
Reciban un cordial saludo de la Red.
El próximo 25 de Agosto se cumplen 20 años del asesinato de Héctor Abad Gómez, médico y humanista sacrificado por su compromiso con la salud pública, la justicia social y los derechos humanos. El Doctor Héctor Abad, fundador de la cátedra de Medicina preventiva en la Universidad de Antioquia fue uno de los principales promotores de la salud pública en nuestro país, actividad que para él fue indistinguible del compromiso ético y político con la población más pobre y la defensa de los derechos humanos.
Desde esta Secretaría General les hacemos una invitación muy cordial a conmemorar este aniversario en los diferentes nodos y grupos de trabajo, con actividades que permitan a las nuevas generaciones conocer, analizar y valorar la vida y obra de Héctor Abad Gómez, un ser humano íntegro y un maestro comprometido hasta la muerte con la dignidad de la vida, cuya lucidez y generosidad persiste en el corazón de la salud pública.
A este respecto, y esperando que sea de utilidad, les adjunto una semblanza preparada por la Biblioteca de la Facultad Nacional de Salud Pública y dos artículos de los profesores Esperanza Echeverri y Enrique Yepes. La foto es una restauración cedida cortésmente por el Profesor Fabio León Rodríguez.
Un abrazo
RUBEN DARIO GOMEZ ARIAS
Secretario Ejecutivo
HÉCTOR ABAD GÓMEZ (1921-1987)
Médico, profesor y decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, donde se caracterizó por darle un vuelco a la concepción de la medicina tradicional, ya que la consideraba como una práctica social y como prevención de enfermedades. Fundador, en 1963, de la Escuela Nacional de Salud Pública en la Universidad la cual lleva su nombre. Se destacó por crear el servicio rural obligatorio, las promotoras rurales de salud, las campañas de vacunación masiva.
Asesor de los ministros de salud de Indonesia y Filipinas, trabajó en proyectos de salud comunitaria de la Organización Mundial de la Salud. Secretario de Salud Pública de Antioquia y de Salud, Educación y Bienestar Social de Medellín. Además, fue gerente de los Seguros Sociales (1975) y consejero de la Embajada de Colombia en México (1977-1979).
Diputado de la Asamblea de Antioquia por el Movimiento Revolucionario Liberal (1960-1961) y entre 1980 y 1987 se vincula al Comité Nacional Permanente de Defensa de los Derechos Humanos y es nombrado Presidente de la Comisión Ejecutiva de Antioquia. Hace parte de la Comisión de Verificación de los acuerdos entre el Gobierno y las organizaciones guerrilleras.
Sicarios acabaron con su vida cuando asistía al velorio del Profesor Luís Felipe Vélez, maestro de ADIDA, junto con el profesor Leonardo Betancur de la UdeA.
En sus obras deja un legado sobre el respeto a los derechos humanos y la tolerancia.
PARTICIPACIÓN SOCIAL
• "Mayos" grupo de estudiantes brillantes que llegarían a ser pioneros en Antioquia de sus respectivas especialidades: Ernesto Bustamante en Neurología, Oscar Duque en Patología, Alberto Echavarría en Hematología, Gustavo Fernández, Clarita Glottman y Gabriel Llano.
• "U-235" periódico que fundó en 1945 con un grupo de amigos: Manuel Mejía Vallejo, Alberto Aguirre, Carlos Castro Saavedra, Oscar Hernández, Belisario Betancur, Hernando Agudelo Villa, Rodrigo Arenas Betancur, y Carlos Jiménez Gómez.
• Comité Nacional de Defensa de los Derechos Humanos (1980-1987)
• Candidato a la Alcaldía de Medellín en 1987 por un Movimiento Independiente.
Datos Importantes
• Se pronunció contra la formación médica individualista.
• Promovió el estudio no memorístico.
• Defendió la universidad como el espacio para la ciencia y el goce del conocimiento.
• Luchó para que los recursos económicos no se desviaran hacia la guerra y el gasto militar, y se invirtieran en agua potable para la inmensa mayoría.
Algo de su pensamiento
"El médico que sólo sabe de medicina, ni medicina sabe"
"El fanático es el que no admite explicaciones, ni oye razones de los demás. Es el que se cierra mentalmente al diálogo y no admite emocionalmente la posibilidad de estar equivocado. Esta actitud, aunque aparentemente firme, revela más bien una íntima inseguridad y un escondido temor de no tener la razón."
(Manual de Tolerancia, página 25)
OBRAS
Algunas consideraciones sobre salud pública en el departamento de Antioquia (1947).
Nociones de salud pública (1969).
Pasado, presente y futuro de la salud pública (1969).
Visión del mundo (1970).
Manual de poliatría: El proceso de los problemas colombianos (1971).
Cartas desde Asia (1973).
Caracterización del desarrollo científico en Colombia y su relación con la Salud Pública (1986).
Relaciones profesores-estudiantes en la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia (1986).
Un programa de salud para Colombia (1986).
Teoría práctica de la salud pública (1987).
Currículo vitae: Héctor Abad Gómez (1987).
Manual de tolerancia (1988)
ARCHIVOS PERSONALES COLECCIÓN PATRIMONIAL
Los archivos personales corresponden a importantes personajes de la historia regional y nacional, que hicieron valiosos aportes al desarrollo social, económico, político y cultural de la sociedad colombiana.
Su importancia como fuente primaria radica en el contenido y variedad de su soporte documental, ellos son piezas únicas en el registro de la información. Es así como el archivo del doctor Héctor Abad Gómez encontramos: cartas, escritos, proyectos, recortes de prensa, plegables, boletines, con información que va desde 1940 hasta 1987.
Se encuentran ubicados en la Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia, bloque 8, cuarto piso, hace parte de la Colección Patrimonio Documental.
Horario de atención lunes a viernes de 7 am a 8:45 pm, sábados de 8 am a 4 pm y domingos de 9 am a 1 pm.
ARCHIVO PERSONAL HECTOR ABAD GÓMEZ
Este Archivo fue donado el 17 de diciembre de 2004 por su esposa e hijos, como representante en esta donación y quien firmo fue su hijo Héctor Abad Faciolince Dentro de este archivo encontramos las series documentales:
Correspondencia enviada y recibida que va de 1946-1987
• Escritos de este personaje 1941-1987
• Hojas de vida 1954-1986
• Diplomas y menciones 1947-1983
• Facultad de Medicina 1944-1987
• Facultad Nacional Salud Publica 1-62-1987
• Universidad de Antioquia 1966-1985 (En esta serie se encuentra la correspondencia enviada y recibida, circulares, boletines y proyectos con dicha entidad)
• Asociaciones 1951-1987 (información con otras asociaciones relacionadas con el tema de salud publica)
• Organización Mundial de la salud 1957-1959
• Futuro para la niñez 1961-1987
• Partido liberal 1959-1987
• Programa radial Pensando en voz Alta 1983-1987
• Comité Nacional Permanente de Defensa de Derechos Humanos – Seccional Antioquia
• Proyecto Abad (publicación del libro sobre la vida y obra Héctor Abad Gómez
• Boletines, folletos, plegables y revistas 1966-1986
• Recortes de prensa 1963-1989
SERVICIOS EN LA SALA PATRIMONIAL
• Consulta interna de los documentos
• Consulta en línea de los catálogos en la base de datos del Sistema de Bibliotecas (esta en proceso su ingreso al sistema de consulta de la biblioteca.
• Consulta de inventarios e índices impresos en la sala de consulta
• Visitas guiadas a los archivos, previa cita.
REQUISITOS PARA LA CONSULTA
• Presentar documento de identidad actualizado, diferente a la cédula de ciudadanía, tarjeta de identidad o libreta militar.
• Acatar el reglamento interno de las Colecciones Patrimoniales.
También les envío una semblanza hecha por el Dr. Carlos Gaviria Dìaz que puede bajarse de http://www.semana.com/wf_InfoArticulo.aspx?IdArt=98384
Espero que esta información les sirva por el momento,
Saludos
María Victoria Alvarez R
Bibliotecóloga
Facultad Nacional de Salud Pública
Universidad de Antioquia
Medellín, Colombia
Teléfono 2106870
martes, 17 de julio de 2007
SANGRE DE ESPERANZA
Sangre de esperanza
In memoriam Héctor Abad Gómez*
Texto escrito por la profesora María Esperanza Echeverry López con motivo de la conmemoración del decimoquinto aniversario del asesinato del doctor Héctor Abad Gómez.
La memoria histórica hace la identidad de los pueblos, y es lógico recurrir al pasado para ponerlo al servicio del presente. Lo cual no significa que todos los usos del pasado sean lícito; éste se lee en su ejemplaridad, y la lección que extraemos debe ser legítima en sí misma no por provenir de un recuerdo que nos es querido o porque favorece determinados intereses, sino porque sirve a u na causa justa. Tzvetan Todorov
Hoy quisiera hacer alusión al legado del pensamiento en salud pública de Héctor Abad Gómez con un doble propósito: por una parte, un homenaje sencillo, más emotivo que académico, para un hombre que hizo de su vida una militancia sin tregua por la salud para todos, pero especialmente para los desposeídos; y por otra, como una experiencia compartida con el grupo de estudiantes gestores de esta iniciativa.
De una obra tan vasta y de una experiencia vital tan rica y compleja, y de la cual apenas tengo un conocimiento incipiente, destaco tres elementos: la vigencia de su pensamiento en salud pública, la tolerancia y la dimensión política de la salud pública.
1. Pensamiento en salud pública
Para Héctor Abad la salud pública era un componente imprescindible del bienestar, por eso su ejercicio pedagógico y su acción pública —consignados en numerosos escritos, en textos como el de Teoría y práctica de la salud pública, y en sus columnas de opinión en periódicos y revistas— se orientaron a difundir en sus estudiantes y a denunciar ante la opinión pública esa comprensión socio-política de las realidades sanitarias, que hiciera visible la relación entre las desigualdades sociales y las inequidades en salud. Esto implicaba trascender las concepciones técnicas para vivir y enseñar la salud pública como “una ética social”, un espacio de lucha por calidad y condiciones de vida dignas para todos, pero en especial para los más desfavorecidos.
Encuentro en este pensamiento varios elementos que mantienen su vigencia. En primer
lugar, la opción por una salud pública que no es neutral, es decir, que hace todo lo que hoy la mayoría de los ciudadanos, nuestra facultad y buena parte de las instituciones del Estado hemos dejado de lado: toma partido por los desposeídos, se opone, denuncia y crea opinión pública en torno a las desigualdades socio-sanitarias moralmente inaceptables, e interpela y cuestiona las políticas estatales que favorecen solo los intereses de unos pocos privilegiados.
En segundo lugar, la constatación de que es posible pasar de la teoría a la acción, o más bien, a la praxis, o sea a una práctica en construcción, susceptible de ser transformada por la reflexión, y hacer de la pedagogía en salud pública una de las vías para desplegar ese proyecto de vida. Sin duda, la fundación de la Escuela Nacional de Salud Pública, el trabajo en el departamento de medicina preventiva de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, la fundación y participación en varios periódicos universitarios y la puesta en práctica de iniciativas visionarias como las promotoras rurales de salud y la lucha por la
salud desde los derechos humanos, dan cuenta de esa praxis no exenta de vicisitudes y de proyectos inconclusos, pero que nos deja como lección la posibilidad de enseñar con el ejemplo.
En tercer lugar, la reivindicación del humanismo, a la par con la ciencia, la técnica y la eficiencia, y no como noción residual o complementaria de la salud pública, actualiza la indagación por el tipo de salubrista que hoy queremos formar y que nuestros estudiantes aspiran a ser, precisamente ahora cuando el mercado y la rentabilidad económica desplazan a la solidaridad, la equidad y la universalidad como principios rectores de lo público y de la planificación y prestación de servicios de salud; mientras la enseñanza y la práctica de la salud pública, en el mejor de los casos, se silencian o se adaptan rápidamente a la nueva racionalidad económica.
El pasado se lee en su ejemplaridad y la memoria histórica puede ayudar a esa construcción siempre problemática de la identidad. El sentido de permanencia del pensamiento en salud pública de Héctor Abad Gómez radica en que supo trascender de lo particular a lo universal: al principio de justicia, a la dimensión ética, a la praxis, trazando un horizonte posible, ético y político para la salud pública. Y es desde ese sentido universalista en que cabe la pregunta por el proyecto de facultad que tenemos y el que queremos construir.
¿Cuál es hoy nuestra identidad?
Los escenarios socio-políticos y económicos nacionales y mundiales han cambiado.
Colombia hoy ha retrocedido una década en desarrollo social. En salud, con un gasto
proporcionalmente más alto, cerca del 50% de la población no está cubierta por un seguro de salud, las antiguas inequidades socio-sanitarias se han multiplicado, resurgen las epidemias y enfermedades ya controladas, y rápidamente se pierden las fortalezas en gestión pública sanitaria que el país tardó décadas en construir.
Si bien esta realidad también está hecha de una deuda social acumulada que rebasa el
ámbito de la salud, cabe otra pregunta: ¿cuál es nuestra responsabilidad como facultad y como salubristas en la producción y el mantenimiento de nuestra actual realidad en salud? ¿Queremos cambiar esa realidad? ¿Cómo y hacia dónde? Creo que volver a Héctor Abad y releerlo aportaría algunas claves —necesarias más no suficientes— para responder serena, honesta y públicamente a estos interrogantes y para, eventualmente, guiar el cambio.
2. La tolerancia
Se entiende como el reconocimiento de la alteridad, la convivencia en medio de la
diversidad y el ejercicio de la pluralidad. Tal vez “el mesoísmo”, acuñado y suscrito por el doctor Abad, pretendía expresar esa posición filosófica y esa actitud política en la cual decididamente se toma partido, pero con igual firmeza rechazaba el fanatismo de las posturas extremas, cualquiera que fuere su fundamento ideológico, académico ó político, rescatando la complejidad del conocimiento y de la naturaleza humana y la diversidad y riqueza de la vida social y de la acción política civilista.
Quizás ésta interpretación mía sea imprecisa. En mis lecturas incompletas y aún
preliminares de la obra de Héctor Abad no encontré muy elaborado ese concepto, pero en todo caso, esa visión de la tolerancia otorga el derecho a ser y a pensar diferente, a validar otra posición, cual es la de tomar distancia de los extremos, jugándose al mismo tiempo las apuestas vitales.
En esa perspectiva encuentro claves para transitar un camino del que aún nos falta mucho, cual es el de hacer del conocimiento, de la academia y de la práctica pedagógica en salud pública un territorio tan diverso como la vida misma: recuperar la esencia libertaria y universalista de la Universidad, la posibilidad de disentir y el derecho al ejercicio de la oposición como reales garantía de democracia. Sin tolerancia no podemos autoafirmarnos, ni dirigir la docencia hacia la formación de salubristas autónomos, con criterio propio y con sentido de ciudadanía.
3. La dimensión política de la salud pública
Hannah Arendt retoma y actualiza el significado de la política para los griegos: lo político es por excelencia público, pertenece al mundo de la polis, de los asuntos que —a diferencia del oikos, de lo privado— interesan a todos; por eso lo público debe ser transparente, porque es lo que se hace de cara a los otros. Es ese espacio real y simbólico donde se construye el interés colectivo, la arena donde se juegan los poderes y contrapoderes, donde los conflictos y la oposición no violenta son legítimos, necesarios y visibles.
A esa perspectiva política de la salud pública le apostaron la vida y obra de Héctor Abad, la denuncia y la lucha contra las inequidades sociales y en salud son una constante en sus escritos y en su propia experiencia vital. Buscando transformarlas incursionó en la administración pública y aspiró a la Alcaldía de Medellín. Con sus asesorías a organismos sanitarios nacionales e internacionales, quiso incidir en el contenido y alcance de las políticas públicas, sociales y de salud. Creía en lo que hizo de su vida: en la salud pública como un saber y una práctica esencial y primordialmente políticos, cuyo objetivo fuera “la
utopía posible” de una población sana, horizonte que supera el ámbito estrecho de las instituciones y de la organización sectorial de salud. No en vano su vida fue segada al frente del Comité de Derechos Humanos de Antioquia.
Esta apuesta por lo político nos sitúa hoy de frente a las opciones que nos queremos jugar como facultad y como salubristas en el espacio de lo público, en que cualquiera que sea la verdad, hay que decirla. Una práctica consecuente implicaría en primera instancia, reconocer y contarles sistemáticamente a los estudiantes, a los profesores, al gobierno —no importa que ya lo sepa—, a las organizaciones sociales y a la opinión pública, que hoy Colombia es un país con más de 60% de la población por debajo de la línea de pobreza y con 20% en condición de miseria, que 60% de la población económicamente activa trabaja en el mercado informal, que los organismos nacionales e internacionales en salud se acomodaron rápida y acríticamente a la rentabilidad económica como principio rector de su
quehacer, que hoy la equidad y la democracia son discursos —que no prácticas—
maniqueos y vacíos de contenido, y que hoy la salud pública guarda imprudente y
vergonzoso silencio mientras se cierran los hospitales públicos —los únicos a los cuales podían asistir los pobres— y se profundizan como una gigantesca afrenta moral las inequidades en la situación de salud y en el acceso a los servicios de salud.
La formación de una conciencia crítica en la sociedad, de estudiantes sensibles al
sufrimiento y a la injusticia (generados en buena medida por los propios estados y
gobiernos) y de una ética ciudadana —ethos civil— responsable y propositiva es tarea
indelegable y permanente —aunque no exclusiva— de la Universidad. Tal vez ese sería un principio para recuperar, como dice Boaventura de Souza Santos, la capacidad y el derecho a la indignación —incipiente pero valioso germen de ciudadanía—, la misma indignación que se advierte en muchos escritos de Héctor Abad, con la esperanza de convertirla algún día en acción política.
Por eso los estudiantes y profesores sensibles que vibran con la salud pública no pueden renunciar a la política, en el sentido más amplio y humanista de la palabra. Carlos Gaviria Díaz —a propósito, amigo y compañero de Abad Gómez en la lucha por los derechos humanos— decía en una entrevista reciente que la política no es secundaria porque allí también se juega el sentido vital de lo personal. Y esta inquietud movilizadora que ha llevado a los estudiantes a gestar este acto in memoriam de Héctor Abad, hay que cuidarla con fe, con tesón, con la fuerza y la pasión de la juventud, como se cuida un brote frágil que retoña, para dar flor y fruto: “corazón de estudiante / hay que cuidar de la vida / hay que cuidar de ése brote, para salvar a los dos: flor y fruto”.* * Fragmento de la canción Corazón de estudiante de la música popular brasileña, compuesta por Milton Nascimento.
La convicción y la acción políticas también están hechas de persistencia, más aún cuando se escoge tomar distancia frente al poder establecido. Héctor Abad, un hombre de rupturas, planteaba, —paradójicamente, con talante conservador—, “trabajar dentro del sistema”, “no dedicarnos a cambiar la organización social”. Podemos o no compartir este punto de vista, pero él siempre persistió, y más allá de las dificultades, de las incomprensiones, de los fracasos, de la intolerancia y de sus propios proyectos inconclusos, estuvo su vocación vital por la salud pública. “Cuántas veces su retoño fue arrancado del camino, cuántas veces
su destino fue torcido hasta el dolor, mas volvió con su esperanza, con su aurora cada día.”*
Tal vez la pasión por la salud pública no pueda enseñarse, pero sí el legado de una vida: el mejor homenaje a Héctor Abad sería el de trascender el discurso y la exaltación y llenar de contenido la enseñanza y la práctica de la salud pública. Como un paso en esa dirección, le propongo a la Facultad y a la Universidad, generar e impulsar una cátedra sobre el pensamiento de este prohombre de la salud pública.
Medellín, 22 de agosto de 2002
Corazón de estudiante
Canción Brasileña, Milton Nascimento y Warner Tiso)
Quiero hablarles de una cosa,
como sangre de esperanza,
que respira en nuestro pecho,
y se mece como el mar:
duerme siempre a nuestro lado,
acaricia nuestras manos,
es pasión de libertades,
y joven como este amor.
¿Cuántas veces su retoño
fue arrancado del camino?
¿Cuántas veces su destino
fue torcido hasta el dolor?
Mas volvió con su esperanza,
con su aurora cada día,
y hay que cuidar de ese brote, ¡oh!,
para salvar a los dos: flor y fruto.
Corazón de estudiante,
hay que cuidar de la vida,
hay que cuidar de este mundo,
y comprender a los amigos.
La alegría y muchos sueños
que iluminan los caminos,
verdes, planta y sentimiento,
hojas, corazón, juventud y fe.
1 Publicado en la Rev. Fac. Nac. Salud Pública 2002; 20(2): 137-141
* Ibid.
In memoriam Héctor Abad Gómez*
Texto escrito por la profesora María Esperanza Echeverry López con motivo de la conmemoración del decimoquinto aniversario del asesinato del doctor Héctor Abad Gómez.
La memoria histórica hace la identidad de los pueblos, y es lógico recurrir al pasado para ponerlo al servicio del presente. Lo cual no significa que todos los usos del pasado sean lícito; éste se lee en su ejemplaridad, y la lección que extraemos debe ser legítima en sí misma no por provenir de un recuerdo que nos es querido o porque favorece determinados intereses, sino porque sirve a u na causa justa. Tzvetan Todorov
Hoy quisiera hacer alusión al legado del pensamiento en salud pública de Héctor Abad Gómez con un doble propósito: por una parte, un homenaje sencillo, más emotivo que académico, para un hombre que hizo de su vida una militancia sin tregua por la salud para todos, pero especialmente para los desposeídos; y por otra, como una experiencia compartida con el grupo de estudiantes gestores de esta iniciativa.
De una obra tan vasta y de una experiencia vital tan rica y compleja, y de la cual apenas tengo un conocimiento incipiente, destaco tres elementos: la vigencia de su pensamiento en salud pública, la tolerancia y la dimensión política de la salud pública.
1. Pensamiento en salud pública
Para Héctor Abad la salud pública era un componente imprescindible del bienestar, por eso su ejercicio pedagógico y su acción pública —consignados en numerosos escritos, en textos como el de Teoría y práctica de la salud pública, y en sus columnas de opinión en periódicos y revistas— se orientaron a difundir en sus estudiantes y a denunciar ante la opinión pública esa comprensión socio-política de las realidades sanitarias, que hiciera visible la relación entre las desigualdades sociales y las inequidades en salud. Esto implicaba trascender las concepciones técnicas para vivir y enseñar la salud pública como “una ética social”, un espacio de lucha por calidad y condiciones de vida dignas para todos, pero en especial para los más desfavorecidos.
Encuentro en este pensamiento varios elementos que mantienen su vigencia. En primer
lugar, la opción por una salud pública que no es neutral, es decir, que hace todo lo que hoy la mayoría de los ciudadanos, nuestra facultad y buena parte de las instituciones del Estado hemos dejado de lado: toma partido por los desposeídos, se opone, denuncia y crea opinión pública en torno a las desigualdades socio-sanitarias moralmente inaceptables, e interpela y cuestiona las políticas estatales que favorecen solo los intereses de unos pocos privilegiados.
En segundo lugar, la constatación de que es posible pasar de la teoría a la acción, o más bien, a la praxis, o sea a una práctica en construcción, susceptible de ser transformada por la reflexión, y hacer de la pedagogía en salud pública una de las vías para desplegar ese proyecto de vida. Sin duda, la fundación de la Escuela Nacional de Salud Pública, el trabajo en el departamento de medicina preventiva de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, la fundación y participación en varios periódicos universitarios y la puesta en práctica de iniciativas visionarias como las promotoras rurales de salud y la lucha por la
salud desde los derechos humanos, dan cuenta de esa praxis no exenta de vicisitudes y de proyectos inconclusos, pero que nos deja como lección la posibilidad de enseñar con el ejemplo.
En tercer lugar, la reivindicación del humanismo, a la par con la ciencia, la técnica y la eficiencia, y no como noción residual o complementaria de la salud pública, actualiza la indagación por el tipo de salubrista que hoy queremos formar y que nuestros estudiantes aspiran a ser, precisamente ahora cuando el mercado y la rentabilidad económica desplazan a la solidaridad, la equidad y la universalidad como principios rectores de lo público y de la planificación y prestación de servicios de salud; mientras la enseñanza y la práctica de la salud pública, en el mejor de los casos, se silencian o se adaptan rápidamente a la nueva racionalidad económica.
El pasado se lee en su ejemplaridad y la memoria histórica puede ayudar a esa construcción siempre problemática de la identidad. El sentido de permanencia del pensamiento en salud pública de Héctor Abad Gómez radica en que supo trascender de lo particular a lo universal: al principio de justicia, a la dimensión ética, a la praxis, trazando un horizonte posible, ético y político para la salud pública. Y es desde ese sentido universalista en que cabe la pregunta por el proyecto de facultad que tenemos y el que queremos construir.
¿Cuál es hoy nuestra identidad?
Los escenarios socio-políticos y económicos nacionales y mundiales han cambiado.
Colombia hoy ha retrocedido una década en desarrollo social. En salud, con un gasto
proporcionalmente más alto, cerca del 50% de la población no está cubierta por un seguro de salud, las antiguas inequidades socio-sanitarias se han multiplicado, resurgen las epidemias y enfermedades ya controladas, y rápidamente se pierden las fortalezas en gestión pública sanitaria que el país tardó décadas en construir.
Si bien esta realidad también está hecha de una deuda social acumulada que rebasa el
ámbito de la salud, cabe otra pregunta: ¿cuál es nuestra responsabilidad como facultad y como salubristas en la producción y el mantenimiento de nuestra actual realidad en salud? ¿Queremos cambiar esa realidad? ¿Cómo y hacia dónde? Creo que volver a Héctor Abad y releerlo aportaría algunas claves —necesarias más no suficientes— para responder serena, honesta y públicamente a estos interrogantes y para, eventualmente, guiar el cambio.
2. La tolerancia
Se entiende como el reconocimiento de la alteridad, la convivencia en medio de la
diversidad y el ejercicio de la pluralidad. Tal vez “el mesoísmo”, acuñado y suscrito por el doctor Abad, pretendía expresar esa posición filosófica y esa actitud política en la cual decididamente se toma partido, pero con igual firmeza rechazaba el fanatismo de las posturas extremas, cualquiera que fuere su fundamento ideológico, académico ó político, rescatando la complejidad del conocimiento y de la naturaleza humana y la diversidad y riqueza de la vida social y de la acción política civilista.
Quizás ésta interpretación mía sea imprecisa. En mis lecturas incompletas y aún
preliminares de la obra de Héctor Abad no encontré muy elaborado ese concepto, pero en todo caso, esa visión de la tolerancia otorga el derecho a ser y a pensar diferente, a validar otra posición, cual es la de tomar distancia de los extremos, jugándose al mismo tiempo las apuestas vitales.
En esa perspectiva encuentro claves para transitar un camino del que aún nos falta mucho, cual es el de hacer del conocimiento, de la academia y de la práctica pedagógica en salud pública un territorio tan diverso como la vida misma: recuperar la esencia libertaria y universalista de la Universidad, la posibilidad de disentir y el derecho al ejercicio de la oposición como reales garantía de democracia. Sin tolerancia no podemos autoafirmarnos, ni dirigir la docencia hacia la formación de salubristas autónomos, con criterio propio y con sentido de ciudadanía.
3. La dimensión política de la salud pública
Hannah Arendt retoma y actualiza el significado de la política para los griegos: lo político es por excelencia público, pertenece al mundo de la polis, de los asuntos que —a diferencia del oikos, de lo privado— interesan a todos; por eso lo público debe ser transparente, porque es lo que se hace de cara a los otros. Es ese espacio real y simbólico donde se construye el interés colectivo, la arena donde se juegan los poderes y contrapoderes, donde los conflictos y la oposición no violenta son legítimos, necesarios y visibles.
A esa perspectiva política de la salud pública le apostaron la vida y obra de Héctor Abad, la denuncia y la lucha contra las inequidades sociales y en salud son una constante en sus escritos y en su propia experiencia vital. Buscando transformarlas incursionó en la administración pública y aspiró a la Alcaldía de Medellín. Con sus asesorías a organismos sanitarios nacionales e internacionales, quiso incidir en el contenido y alcance de las políticas públicas, sociales y de salud. Creía en lo que hizo de su vida: en la salud pública como un saber y una práctica esencial y primordialmente políticos, cuyo objetivo fuera “la
utopía posible” de una población sana, horizonte que supera el ámbito estrecho de las instituciones y de la organización sectorial de salud. No en vano su vida fue segada al frente del Comité de Derechos Humanos de Antioquia.
Esta apuesta por lo político nos sitúa hoy de frente a las opciones que nos queremos jugar como facultad y como salubristas en el espacio de lo público, en que cualquiera que sea la verdad, hay que decirla. Una práctica consecuente implicaría en primera instancia, reconocer y contarles sistemáticamente a los estudiantes, a los profesores, al gobierno —no importa que ya lo sepa—, a las organizaciones sociales y a la opinión pública, que hoy Colombia es un país con más de 60% de la población por debajo de la línea de pobreza y con 20% en condición de miseria, que 60% de la población económicamente activa trabaja en el mercado informal, que los organismos nacionales e internacionales en salud se acomodaron rápida y acríticamente a la rentabilidad económica como principio rector de su
quehacer, que hoy la equidad y la democracia son discursos —que no prácticas—
maniqueos y vacíos de contenido, y que hoy la salud pública guarda imprudente y
vergonzoso silencio mientras se cierran los hospitales públicos —los únicos a los cuales podían asistir los pobres— y se profundizan como una gigantesca afrenta moral las inequidades en la situación de salud y en el acceso a los servicios de salud.
La formación de una conciencia crítica en la sociedad, de estudiantes sensibles al
sufrimiento y a la injusticia (generados en buena medida por los propios estados y
gobiernos) y de una ética ciudadana —ethos civil— responsable y propositiva es tarea
indelegable y permanente —aunque no exclusiva— de la Universidad. Tal vez ese sería un principio para recuperar, como dice Boaventura de Souza Santos, la capacidad y el derecho a la indignación —incipiente pero valioso germen de ciudadanía—, la misma indignación que se advierte en muchos escritos de Héctor Abad, con la esperanza de convertirla algún día en acción política.
Por eso los estudiantes y profesores sensibles que vibran con la salud pública no pueden renunciar a la política, en el sentido más amplio y humanista de la palabra. Carlos Gaviria Díaz —a propósito, amigo y compañero de Abad Gómez en la lucha por los derechos humanos— decía en una entrevista reciente que la política no es secundaria porque allí también se juega el sentido vital de lo personal. Y esta inquietud movilizadora que ha llevado a los estudiantes a gestar este acto in memoriam de Héctor Abad, hay que cuidarla con fe, con tesón, con la fuerza y la pasión de la juventud, como se cuida un brote frágil que retoña, para dar flor y fruto: “corazón de estudiante / hay que cuidar de la vida / hay que cuidar de ése brote, para salvar a los dos: flor y fruto”.* * Fragmento de la canción Corazón de estudiante de la música popular brasileña, compuesta por Milton Nascimento.
La convicción y la acción políticas también están hechas de persistencia, más aún cuando se escoge tomar distancia frente al poder establecido. Héctor Abad, un hombre de rupturas, planteaba, —paradójicamente, con talante conservador—, “trabajar dentro del sistema”, “no dedicarnos a cambiar la organización social”. Podemos o no compartir este punto de vista, pero él siempre persistió, y más allá de las dificultades, de las incomprensiones, de los fracasos, de la intolerancia y de sus propios proyectos inconclusos, estuvo su vocación vital por la salud pública. “Cuántas veces su retoño fue arrancado del camino, cuántas veces
su destino fue torcido hasta el dolor, mas volvió con su esperanza, con su aurora cada día.”*
Tal vez la pasión por la salud pública no pueda enseñarse, pero sí el legado de una vida: el mejor homenaje a Héctor Abad sería el de trascender el discurso y la exaltación y llenar de contenido la enseñanza y la práctica de la salud pública. Como un paso en esa dirección, le propongo a la Facultad y a la Universidad, generar e impulsar una cátedra sobre el pensamiento de este prohombre de la salud pública.
Medellín, 22 de agosto de 2002
Corazón de estudiante
Canción Brasileña, Milton Nascimento y Warner Tiso)
Quiero hablarles de una cosa,
como sangre de esperanza,
que respira en nuestro pecho,
y se mece como el mar:
duerme siempre a nuestro lado,
acaricia nuestras manos,
es pasión de libertades,
y joven como este amor.
¿Cuántas veces su retoño
fue arrancado del camino?
¿Cuántas veces su destino
fue torcido hasta el dolor?
Mas volvió con su esperanza,
con su aurora cada día,
y hay que cuidar de ese brote, ¡oh!,
para salvar a los dos: flor y fruto.
Corazón de estudiante,
hay que cuidar de la vida,
hay que cuidar de este mundo,
y comprender a los amigos.
La alegría y muchos sueños
que iluminan los caminos,
verdes, planta y sentimiento,
hojas, corazón, juventud y fe.
1 Publicado en la Rev. Fac. Nac. Salud Pública 2002; 20(2): 137-141
* Ibid.
Etiquetas:
IN MEMORIAM HECTOR ABAD GOMEZ
SOBRE HECTOR ABAD GOMEZ
Revista Universidad de Antioquia, (Medellín-Colombia) 262 (Oct.-Dec 2000): 105-110.
AUTOR: ENRIQUE YEPES
Nuestro país ha estado fuera de sí durante décadas, en el desbordado asesinato entre sus ciudadanos. Quizás desde la exterioridad crítica con que se construye el sujeto que enuncia el Manual de tolerancia (Medellín: Universidad de Antioquia, 1990) de Héctor Abad Gómez, puedan proponerse actitudes alternativas y vías de esperanza. Pero antes de iniciar el análisis del texto, quisiera empezar citando dos pasajes que ayuden a reconstruir en la memoria la figura del fundador de la Facultad Nacional de Salud Pú-blica, dependencia de la Universidad de Antioquia que hoy lleva su nombre. La primera es la escueta noticia aparecida en la sección de "Generales" del diario El Colombiano, el 26 de agosto de 1987, acompañada de anuncios sobre venta de propiedad raíz, sobre cómo adelgazar y sobre la transmisión en directo de la copa de fútbol "Libertadores de América":
A eso de las cinco y media de la tarde de ayer, diez horas después de haber sido asesinado el presidente de la Asociación de Institutores de Antioquia, Luis Felipe Vélez Herrera, en el mismo sitio, fueron muertos a tiros de metralleta los médicos Héctor Abad Gómez, presidente del Comité de los Derechos Humanos y precandidato liberal a la alcaldía de Medellín, y Leonardo Betancur Taborda, profesor de la facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia (11A).
Más de una década después todavía nos desconciertan estos asesinatos, que convocaron multitudes indignadas y solidarias para acompañar las exequias. Mas también es de destacar el valor de síntesis vital que adquieren las circunstancias de la muerte de Abad Gómez. Tiene lugar en la sede de una asociación de educadores, digno escenario para un hombre que debatió copiosamente el sentido y valor político de lo que él llamaba "una educación libre" como antídoto de la violencia y la miseria, un hombre que dedicó sus últimos lustros a la labor docente y que instaba a sus alumnos con el saludo: "¿Qué ha pensado usted hoy?" (Manual 134). Además, enfrenta la muerte junto a otro profesor y activista, como testimonio de su disposición al trabajo en equipo y a la acción colectiva.
La segunda cita proviene de los "Apuntes para una biografía" que publicó su hijo y escritor Héctor Abad Faciolince en el Magazín Dominical del 29 de noviembre de 1987, que el diario El Espectador dedicó a la memoria de Abad Gómez, sumándose a la serie de homenajes que siguieron a su muerte. He aquí la cita:
Aunque nunca llegó a tener más de sesenta y cinco, cuando le preguntaban por su edad, Héctor Abad acostumbraba a responder que ya estaba llegando a los doscientos años. Explicaba que había nacido en un pueblo remoto, Jericó [Antioquia], según el calendario en 1921, pero sólo a principios del siglo XIX según la situación histórica y cultural de su pueblo (15).
Con la sencillez de esta imagen cronológica, Abad da cuenta de su participación en lo que Néstor García Canclini llama la "heterogeneidad multitemporal" de América Latina (Culturas híbridas. México: Grijalbo, 1990: 15). Es esa superposición de modelos económicos y culturales que otras regiones del mundo identifican como periodos sucesivos y que en nuestros países se experimentan como simultáneos. Por ejemplo, coches tirados por caballos cuyo cohero tiene teléfono celular. Tenemos zonas en donde la vida se parece más a las del siglo XVIII europeo que a la del siglo XXI medellinense. Y es quizás en dicha confrontación entre modelos en conflicto donde se encuentra una de las fuentes de la violencia y del prurito represivo que nos azotan.
El objeto del presente artículo es naturalmente más modesto que la sustentación de la anterior hipótesis. Lo que aquí se propone es un esbozo de cómo se construye el Yo a lo largo del libro Manual de tolerancia, colección póstuma de ensayos que Abad Gómez dejó entre sus papeles cronológicamente dispuestos en una suerte de diario, y que reiteran las obsesiones del autor. Más que defender o discutir su contenido, se analizan aquí algunos de los procedimientos mediante los que se despliega una subjetividad afecta a la incertidumbre, que acoge y trasciende el proyecto de la Modernidad, en el esfuerzo por imaginar una identidad colombiana pluralista y en permanente autocrítica. Se trata de un Yo cuya filiación nacional, ideológica, cultural, simbólica, está continuamente desplazada. En un proceso autorreflexivo que contempla el acontecer colombiano desde una exterioridad crítica, este Yo cuestiona la institución de las grandes personalidades en favor de la pequeña historia.
Compilado por Abad Faciolince, el libro se organiza en cuarenta y nueve secciones de extensión irregular -desde un párrafo hasta cuatro o cinco páginas-, sin otro título que el número romano que las identifica. Los temas son los mismos que habían aparecido en su libro "Una visión del mundo" (Bogotá: Tercer Mundo, 1971): las bases de una convivencia sensata, la educación, el presente y futuro de Latinoamérica, las religiones, el fanatismo, la nueva ética y la flexibilidad ideológica. En cuanto espacio textual, recorrer el Manual de tolerancia tiene un efecto similar al de los espacios que se han dado en llamar posmodernos. Así los describe por ejemplo Beatriz Sarlo en Argentina, como construcciones en las que es difícil perderse porque carecen de un centro: "no están hechos para encontrar un punto y, en consecuencia, en su espacio sin jerarquías, también es difícil saber si uno está perdido" (Escenas de la vida posmoderna. Buenos Aires: Ariel, 1994: 16). Como el Tao Te King, es un libro que propicia el deambular, que puede abrirse en cualquier página y leerse por unos minutos sin necesidad de seguir una secuencia ordenada. Más que ahondar sobre los conceptos, ofrece perspectivas y puntos de partida, apostando por la movilidad y por la sugerencia. En este sentido, la ordenación misma del libro propicia la fluidez ideológica que defiende su contenido: "una verdad con minúscula, contemporánea, práctica, que aspira a servir para esta época y en estas circunstancias a los colombianos de hoy, y que no aspira a ser, de ninguna manera, ni otro dogma ni siquiera otra doctrina" (19).
¿Qué pasa entonces con el Yo que enuncia estas verdades con minúscula y que diseña este texto descentrado, abierto a la lectura casual? ¿Qué pasa con un Yo que detenta la autoridad de la palabra para decir: "no sé, no estoy seguro"? Esta colección de ensayos escenifica una estructura psíquica fundada en la tolerancia de los propios límites, que diverge del Yo ilustrado occidental, el cual podría caracterizarse como el gran conquistador, el paranoico de la coherencia, el jinete del poder -como lo ha mostrado el filósofo francés Michel Foucault en sus arqueologías del saber, de la sexualidad, de la disciplina-. Es el Yo imponente que algunas escuelas psicoanalíticas han leído en las Nuevas conferencias introductorias de Freud a partir de la máxima famosa: "Wo Es war, soll Ich werden", "Donde Ello fue, Yo he de advenir" (1932. New Introductory Lectures on Psycho-Analysis. The Stan-dard Edition. Vol. 32. Ed. y Trans. James Strachey. London: Hogarth, 1964, p. 80). Este Yo coloniza su propio inconsciente indómito (el Ello) y lo somete a su control consciente, sirviéndose del lenguaje para garantizar la comunicación transparente, el imperio de su raciocinio. El Yo iluminista se define como centro, fija sus metas, y traza sus rutas con la ingeniería de la precisión.
En el Manual de tolerancia, el Yo hablante es levemente distinto. Esta levedad adelanta una ruptura radical con el Yo imperial. Tan radical, que no se percibe como contestación diametralmente opuesta a esa primera persona absolutista. Oponerse a ella de modo irrestricto sería repetir su modus operandi: es precisamente la producción de un adversario lo que da consistencia a este Yo dominador que se ha ideado e idealizado en Occidente, al menos durante los últimos seiscientos años. El sujeto que emerge del Manual de tolerancia, en cambio, abraza a este Yo, marcando sus límites dentro del espacio que se cierra entre los brazos. Al señalar sus límites, no sólo diluye sus pretensiones dictatoriales, sino que reconoce sus posibilidades como un elemento inserto en una estructura psíquica más abierta. Desarma sus pretensiones exclusivas con la humildad de su inclusión en un horizonte de incertidumbres y en una trama de diversidades. El ejercicio vital y discursivo de este sujeto coincide con la reformulación que hace el sociólogo, psicoanalista y filósofo Cornelius Castoriadis del apotegma freudiano antes aludido: "Wo Ich bin, soll auch Es auftauchen", "Donde Yo soy, también Ello ha de emerger" (L'Institution Imaginaire de la societé. Paris: Seuil, 1975, p. 143). Es decir, el inconsciente existe precisamente porque se ha constituido un Yo consciente que lo excluye. Reconocerlo y concederle el derecho a existir y a expresarse como parte de lo que soy, aunque no pertenezca a mi Yo sino a "lo otro en mí", sugiere un sentido distinto para la práctica de una autonomía ya no imperiosamente controladora, sino decidida en su actitud de escucha y negociación. La adición del adverbio "también", indica la posibilidad de convivencia simultánea entre estructuras disímiles. Es la actitud inclusiva y tolerante que transparenta el libro de Abad Gómez en enunciados como el siguiente: "según las circunstancias, la derecha, el centro o la izquierda pueden tener razón o estar equivocados" (130). O también cuando el hablante describe con riqueza metafórica su geografía interior: "Mis sentimientos están como mi corazón, a la izquierda; mi razón como mi cerebro, al centro; mis odios y resentimientos en mi pequeña vesícula biliar, a la derecha" (59). La alusión a los partidos políticos es clara, encarnada en el cuerpo como bien puede imaginarse de un hablante formado en medicina.
Pero vayamos por partes, para evitar conclusiones apresuradas. De la cita anterior podría llegarse a pensar que se propone aquí un sujeto carente de convicciones. Nada más lejano a un autor que dio la vida por defender sus principios. Nada más lejano también a una voz ensayística que declara: "Si toleramos todo, no podemos ser consistentes en nada y no habría forma de conservar una personalidad o una sociedad sin tener convicciones firmes sobre algunas cosas. Pero una cosa es la firmeza ideológica y otra cosa el fanatismo. Así como una cosa es tolerancia y otra amorfismo ideológico, desintegrador de individuos y sociedades" (22-23). Esta precisión es aún más pertinente en las últimas décadas, cuando el imperio del mercado seduce a la llamada generación equis con la excusa de la globalización para ofrecer en cambio la homogeneidad del consumo y la perpetuidad de las desigualdades económicas y de los privilegios minoritarios. La firmeza de criterio es tanto más urgente en una era que comercia con la información y bombardea visiones del mundo a través de los medios masivos. En este escenario propone Abad Gómez la socrática sabiduría de "tratar de cono-cernos a nosotros mismos y a los demás" (76).
¿Cómo se despliega, pues, este Yo deliberadamente contaminado de lo otro? Ante todo, comienza por establecer alianzas, por identificarse dentro de un terreno grupal fundado en el diálogo y en la concepción de poder con y no sobre otros. Los primeros párrafos del Manual de tolerancia delimitan su público: "Los que vayan a leer éste y los capítulos que siguen serán probablemente hombres y mujeres de buena voluntad que quieren conocer las ideas de otro ser humano como ellos" (15). La alusión al Nuevo Testamento, a la navideña y proverbial "Paz a los hombres de buena voluntad" (Lucas 2:14), establece una complicidad con las mayorías de formación cristiana en Colombia. La estrategia se hace más explícita en páginas ulteriores: "Así puedo, serenamente, decirle a nuestro pueblo que no necesita abjurar de sus tradiciones y religión para reclamar con vigor la justicia que por tanto tiempo le ha sido negada" (44). Se adivina aquí la adopción de una pose profética, que en otro momento emula el estilo de Martin Luther King en el célebre discurso "Yo sueño": "Sueño con un Medellín con su aire y su río nuevamente limpios. Sueño con una Colombia en donde todos sus niños puedan jugar, reír y cantar, en donde toda su juventud pueda amar. Sueño con una Colombia en donde todos los viejos podamos soñar" (100). Es la estrategia de quien se apodera de la palabra para proponer un mode-lo social deseable, el ejercicio de la política como plataforma para influir sobre el imaginario colectivo y el ideal comunitario.
Mas esta voz profética, que tradicionalmente se pondría por encima de las masas para guiarlas, se esmera aquí en resaltar sus propios límites. Se declara, como se mostró anteriormente, al mismo nivel de aquéllos a quienes se dirige. Enmienda la fórmula bíblica para incluir a hombres y mujeres, en un gesto contemporáneo de lenguaje autoconsciente ("hombres y mujeres de buena voluntad"). Insiste, desde el primer párrafo, en el sano derecho a disentir: "concedo a todos aquellos que estén en desacuerdo básico con las ideas que voy a exponer, la mejores intenciones" (15). Destaca además "el valor de admitir que no se sabe, que se duda, que no se está seguro" (102). No vacila en reconocer sus yerros: "Lo que deberíamos hacer los que fuimos alguna vez maestros sin antes ser sabios, es pedirles humildemente perdón a nuestros discípulos por el mal que les hicimos" (51). En ejercer la autocrítica: "Mi diletantismo quedará revelado en esta compilación desordenada y casi que caótica" (134). En confesar sus deficiencias: "Sé muy poco de las culturas indígenas" (88). Y, sobre todo, respeta la diversidad y asume una complicidad benevolente con cualquier otro ser humano: "Creo que nos podremos poner de acuerdo en lo siguiente: toda persona, por uno u otro camino, lo que consciente o inconscientemente está buscando es su propia felicidad" (79). Se trata, pues, de un Yo que ensaya diversas poses y subraya sus propios límites. Por esta razón, su capacidad de acción autónoma se relativiza a la vez que gana po-tencia. Se relativiza, por saber que su identidad es un cruce sucedáneo de discursos y perspectivas. Gana en potencia, porque explora su campo de acción, negocia alianzas, moviliza recursos y se renueva en el cambio.
Explícitamente nombrado y racionalmente repudiado, el gran adversario de este Yo es el fanatismo, al que vuelve con frecuencia como un fantasma por diluir de la propia conciencia. Vinculado a la violencia asesina, al deporte como opio que adormece las aspiraciones de cambio, al dogmatismo político y religioso, el emocional fanatismo, aunque se le concede el crédito de actuar con las mejores intenciones (16), es criticado en nombre del "progreso y [de] un modo de ser racional de los pueblos" (86). Quizás una de sus críticas más enérgicas es la que asocia nuestro sentido de nacionalidad con el fanatismo:
Algunas organizaciones, sectas, comunidades, religiones, y algunos partidos políticos y aun naciones enteras, se encierran en su propia "verdad" y no admiten nada que venga de fuera. Una de estas naciones es Colombia, uno de estos partidos es el comunista, una de estas religiones es la católica. Con pequeñas grietas, llamadas a desmontar inexorablemente estas posiciones totalitarias, estamos asistiendo a la lucha de instituciones que se resisten al cambio, que llevan en su mismo seno las contradicciones que harán o que se modifiquen o que perezcan (17).
Así, el Yo se despoja de su tono cómplice y pone entre paréntesis su humildad franciscana o budista para lacerar con tono airado la resistencia al cambio, poner el dedo donde más duele, y pronosticar con el destino de las potestades totalitarias. Si frente al imperio de la verdad científica se defendía el derecho a la disensión y a la defensa de las tradiciones, frente a la cerrazón dogmática se insiste en la apertura moderna, en el progreso y la racionalidad. El resultado es la puesta en escena de un Yo móvil, maleable, atento a sus "pequeñas grietas" para desmontar su propio absolutismo. Un Yo que hace de sus contradicciones más una oportunidad que un obstáculo, y que no teme delatar sus aspiraciones de poder, entendido éste como servicio y como discernimiento en compañía de otros sujetos pensantes.
Y es que, al mismo tiempo, esta voz no pierde oportunidad para avalarse, no sólo en sus alianzas, sino en la adopción de lenguajes que gozan de autoridad o prestigio. La simbología médica, por ejemplo, aparece para identificar al hablante como alguien que sabe aprovechar el crédito que tiene el discurso clínico en la vida moderna. Esta prosa exhorta a la inmunización contra el fanatismo (109), y a la higiene mental. Declara también que "tratar de acabar la violencia con otra violencia es como pretender curar una enfermedad con otra enfermedad" (68). Este universo metafórico, aunque cada vez más riesgoso en una época que cuestiona con ansiedad creciente las prácticas médicas, tiene la ventaja de evocar el equilibrio entre balance natural y saber civilizado con que hoy se reviste el interés general por la salud.
También se convalida el derecho a la palabra con diversidad de referencias, desde Lao-Tsé hasta Freud, desde Aristóteles hasta el presidente Barco, desde Fernando González y Rodrigo Arenas Betancur hasta Walt Whitman, Bertolt Brecht y Mocedades. Esas citas no exhiben erudición sino búsqueda y apertura. Es una forma de autor-izarse sin arribismos para hallar certezas simples y debates elementales como los ya enunciados en torno al respeto, la tolerancia, el derecho a la vida.
Profeta, médico, educador, político, buscador, racionalista, amante, sabio, orientalista, viajero, este hablante se identifica sobre todo, y con intrigante orgullo, con su medianía e incluso con su mediocridad: "Si a todos nos hubieran enseñado que la gran mayoría somos inevitablemente mediocres, la vida de los seres humanos sería más apacible y feliz" (27). Y más adelante desarrolla en varias páginas la necesidad de hacer el elogio "de los seres comunes y corrientes" (111), que "no serán ni los grandes científicos, ni los grandes artistas, ni los grandes políticos, héroes o santos. ¡Pero qué importa! Lo que serán realmente éstos que constituyen la medianía dorada será, sin que ellos lo sepan, los grandes sabios, [...] en el "áurea mediocritas" de que hablaba Virgilio" (111-12).
Esta peculiar alabanza de la medianía convive con la admiración por la genialidad y el deseo de cambio, así como con la proverbial fe en la perfectibilidad del ser humano y de su organización colectiva. Elogiar a la perso-na común y avalarse como tal implica potenciar la acción de cualquiera, para que se actúe aunque no se lleven a cabo grandes obras, se piense aunque no se introduzcan grandes ideas, se tome la palabra aunque no se produzcan grandes discursos. Significa, en el contexto colombiano, estimular la intervención histórica de las mayorías de buena voluntad, intimidadas por la destacada intervención de los violentos y de los represores. Constituye un gesto de admiración por la sensatez en medio del escándalo criminal que acapara la atención pública. Y es apoderarse desde esa medianía para salir a denunciar, para buscar a los desaparecidos, para defender el derecho a vivir como persona común y corriente, incierta, creadora del cambio y defensora de la permanencia. Esa persona común que, después de todo, no existe sino en la innúmera diversidad que reclama la urgencia del diálogo.
El Manual de tolerancia no es una gran obra genial. No presenta ni un cuerpo ideológico impecable, ni una fuerza poética conmovedora, ni una coherencia irrebatible. En cambio, ejerce el poder de la microestrategia, de esas "pequeñas grietas llamadas a desmontar inexorablemente las posiciones totalitarias", y pone en escena una subjetividad fundada en la escucha y en la capacidad de ceder, de negociar, de mediar, de desplegar una firmeza flexible. Es una subjetividad dislocada, difícil de localizar, que sabe doblarse y salir airosa tras escurrirse por entre las hendeduras del lenguaje y del pensamiento comunes, de lo que Julio Cortázar llamaba "la Gran Costumbre". Esta subjetividad se sirve del proyecto moderno de autonomía sin empantanarse en los privilegios y exclusiones que tal proyecto estatuye. Su autonomía es un continuo proceso de búsqueda y autocrítica, como la que plantea Castoriadis, consciente de que lo social, en cuanto producto de la imaginación colectiva, puede modificarse mediante la circulación de imágenes alternativas. Es, en suma, una subjetividad valerosa, humilde y futurista, que propone la entereza de abrazar y transformar a Colombia hacia adentro y desde fuera de sí misma, igual que el Yo se constituye desde fuera, desde su otredad interior. Mucho más de doscientos años tiene en su bagaje el Yo así desplegado, que se nutre de la tradición decimonónica, coquetea con el ideal del progreso, y se acoge al papel mediador que implica una era de globalización y de tolerancia todavía por construir.
Termino con un pasaje del Manual de tolerancia que no sólo refrenda el Yo que aquí se ha esbozado, siempre dispuesto a dejarse morir en el abrazo al cambio, sino que además neutraliza la potencia trágica que se creyó ejercer con su asesinato. Una de las razones por las que se asesina con tanta avidez es porque se piensa que la muerte elimina la disensión y constituye el mayor mal que se pueda brindar. Pero el pensamiento de Abad Gómez cobró fuerza con su asesinato, y la muerte no fue para él un castigo, como lo atestigua esta cita:
Decía Montaigne que la filosofía era útil porque enseñaba a morir. Para mí, que en este proceso de nacimiento-muerte que llamamos vida estoy más cercano a la última etapa que a la primera, el tema de la muerte se va haciendo cada vez más simple, más natural y aun diría que -no ya como tema sino como realidad- más deseable. Y no es porque esté desengañado de nada ni de nadie. Tal vez todo lo contrario. Porque creo que he vivido plenamente, intensamente, suficientemente (79).
AUTOR: ENRIQUE YEPES
Nuestro país ha estado fuera de sí durante décadas, en el desbordado asesinato entre sus ciudadanos. Quizás desde la exterioridad crítica con que se construye el sujeto que enuncia el Manual de tolerancia (Medellín: Universidad de Antioquia, 1990) de Héctor Abad Gómez, puedan proponerse actitudes alternativas y vías de esperanza. Pero antes de iniciar el análisis del texto, quisiera empezar citando dos pasajes que ayuden a reconstruir en la memoria la figura del fundador de la Facultad Nacional de Salud Pú-blica, dependencia de la Universidad de Antioquia que hoy lleva su nombre. La primera es la escueta noticia aparecida en la sección de "Generales" del diario El Colombiano, el 26 de agosto de 1987, acompañada de anuncios sobre venta de propiedad raíz, sobre cómo adelgazar y sobre la transmisión en directo de la copa de fútbol "Libertadores de América":
A eso de las cinco y media de la tarde de ayer, diez horas después de haber sido asesinado el presidente de la Asociación de Institutores de Antioquia, Luis Felipe Vélez Herrera, en el mismo sitio, fueron muertos a tiros de metralleta los médicos Héctor Abad Gómez, presidente del Comité de los Derechos Humanos y precandidato liberal a la alcaldía de Medellín, y Leonardo Betancur Taborda, profesor de la facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia (11A).
Más de una década después todavía nos desconciertan estos asesinatos, que convocaron multitudes indignadas y solidarias para acompañar las exequias. Mas también es de destacar el valor de síntesis vital que adquieren las circunstancias de la muerte de Abad Gómez. Tiene lugar en la sede de una asociación de educadores, digno escenario para un hombre que debatió copiosamente el sentido y valor político de lo que él llamaba "una educación libre" como antídoto de la violencia y la miseria, un hombre que dedicó sus últimos lustros a la labor docente y que instaba a sus alumnos con el saludo: "¿Qué ha pensado usted hoy?" (Manual 134). Además, enfrenta la muerte junto a otro profesor y activista, como testimonio de su disposición al trabajo en equipo y a la acción colectiva.
La segunda cita proviene de los "Apuntes para una biografía" que publicó su hijo y escritor Héctor Abad Faciolince en el Magazín Dominical del 29 de noviembre de 1987, que el diario El Espectador dedicó a la memoria de Abad Gómez, sumándose a la serie de homenajes que siguieron a su muerte. He aquí la cita:
Aunque nunca llegó a tener más de sesenta y cinco, cuando le preguntaban por su edad, Héctor Abad acostumbraba a responder que ya estaba llegando a los doscientos años. Explicaba que había nacido en un pueblo remoto, Jericó [Antioquia], según el calendario en 1921, pero sólo a principios del siglo XIX según la situación histórica y cultural de su pueblo (15).
Con la sencillez de esta imagen cronológica, Abad da cuenta de su participación en lo que Néstor García Canclini llama la "heterogeneidad multitemporal" de América Latina (Culturas híbridas. México: Grijalbo, 1990: 15). Es esa superposición de modelos económicos y culturales que otras regiones del mundo identifican como periodos sucesivos y que en nuestros países se experimentan como simultáneos. Por ejemplo, coches tirados por caballos cuyo cohero tiene teléfono celular. Tenemos zonas en donde la vida se parece más a las del siglo XVIII europeo que a la del siglo XXI medellinense. Y es quizás en dicha confrontación entre modelos en conflicto donde se encuentra una de las fuentes de la violencia y del prurito represivo que nos azotan.
El objeto del presente artículo es naturalmente más modesto que la sustentación de la anterior hipótesis. Lo que aquí se propone es un esbozo de cómo se construye el Yo a lo largo del libro Manual de tolerancia, colección póstuma de ensayos que Abad Gómez dejó entre sus papeles cronológicamente dispuestos en una suerte de diario, y que reiteran las obsesiones del autor. Más que defender o discutir su contenido, se analizan aquí algunos de los procedimientos mediante los que se despliega una subjetividad afecta a la incertidumbre, que acoge y trasciende el proyecto de la Modernidad, en el esfuerzo por imaginar una identidad colombiana pluralista y en permanente autocrítica. Se trata de un Yo cuya filiación nacional, ideológica, cultural, simbólica, está continuamente desplazada. En un proceso autorreflexivo que contempla el acontecer colombiano desde una exterioridad crítica, este Yo cuestiona la institución de las grandes personalidades en favor de la pequeña historia.
Compilado por Abad Faciolince, el libro se organiza en cuarenta y nueve secciones de extensión irregular -desde un párrafo hasta cuatro o cinco páginas-, sin otro título que el número romano que las identifica. Los temas son los mismos que habían aparecido en su libro "Una visión del mundo" (Bogotá: Tercer Mundo, 1971): las bases de una convivencia sensata, la educación, el presente y futuro de Latinoamérica, las religiones, el fanatismo, la nueva ética y la flexibilidad ideológica. En cuanto espacio textual, recorrer el Manual de tolerancia tiene un efecto similar al de los espacios que se han dado en llamar posmodernos. Así los describe por ejemplo Beatriz Sarlo en Argentina, como construcciones en las que es difícil perderse porque carecen de un centro: "no están hechos para encontrar un punto y, en consecuencia, en su espacio sin jerarquías, también es difícil saber si uno está perdido" (Escenas de la vida posmoderna. Buenos Aires: Ariel, 1994: 16). Como el Tao Te King, es un libro que propicia el deambular, que puede abrirse en cualquier página y leerse por unos minutos sin necesidad de seguir una secuencia ordenada. Más que ahondar sobre los conceptos, ofrece perspectivas y puntos de partida, apostando por la movilidad y por la sugerencia. En este sentido, la ordenación misma del libro propicia la fluidez ideológica que defiende su contenido: "una verdad con minúscula, contemporánea, práctica, que aspira a servir para esta época y en estas circunstancias a los colombianos de hoy, y que no aspira a ser, de ninguna manera, ni otro dogma ni siquiera otra doctrina" (19).
¿Qué pasa entonces con el Yo que enuncia estas verdades con minúscula y que diseña este texto descentrado, abierto a la lectura casual? ¿Qué pasa con un Yo que detenta la autoridad de la palabra para decir: "no sé, no estoy seguro"? Esta colección de ensayos escenifica una estructura psíquica fundada en la tolerancia de los propios límites, que diverge del Yo ilustrado occidental, el cual podría caracterizarse como el gran conquistador, el paranoico de la coherencia, el jinete del poder -como lo ha mostrado el filósofo francés Michel Foucault en sus arqueologías del saber, de la sexualidad, de la disciplina-. Es el Yo imponente que algunas escuelas psicoanalíticas han leído en las Nuevas conferencias introductorias de Freud a partir de la máxima famosa: "Wo Es war, soll Ich werden", "Donde Ello fue, Yo he de advenir" (1932. New Introductory Lectures on Psycho-Analysis. The Stan-dard Edition. Vol. 32. Ed. y Trans. James Strachey. London: Hogarth, 1964, p. 80). Este Yo coloniza su propio inconsciente indómito (el Ello) y lo somete a su control consciente, sirviéndose del lenguaje para garantizar la comunicación transparente, el imperio de su raciocinio. El Yo iluminista se define como centro, fija sus metas, y traza sus rutas con la ingeniería de la precisión.
En el Manual de tolerancia, el Yo hablante es levemente distinto. Esta levedad adelanta una ruptura radical con el Yo imperial. Tan radical, que no se percibe como contestación diametralmente opuesta a esa primera persona absolutista. Oponerse a ella de modo irrestricto sería repetir su modus operandi: es precisamente la producción de un adversario lo que da consistencia a este Yo dominador que se ha ideado e idealizado en Occidente, al menos durante los últimos seiscientos años. El sujeto que emerge del Manual de tolerancia, en cambio, abraza a este Yo, marcando sus límites dentro del espacio que se cierra entre los brazos. Al señalar sus límites, no sólo diluye sus pretensiones dictatoriales, sino que reconoce sus posibilidades como un elemento inserto en una estructura psíquica más abierta. Desarma sus pretensiones exclusivas con la humildad de su inclusión en un horizonte de incertidumbres y en una trama de diversidades. El ejercicio vital y discursivo de este sujeto coincide con la reformulación que hace el sociólogo, psicoanalista y filósofo Cornelius Castoriadis del apotegma freudiano antes aludido: "Wo Ich bin, soll auch Es auftauchen", "Donde Yo soy, también Ello ha de emerger" (L'Institution Imaginaire de la societé. Paris: Seuil, 1975, p. 143). Es decir, el inconsciente existe precisamente porque se ha constituido un Yo consciente que lo excluye. Reconocerlo y concederle el derecho a existir y a expresarse como parte de lo que soy, aunque no pertenezca a mi Yo sino a "lo otro en mí", sugiere un sentido distinto para la práctica de una autonomía ya no imperiosamente controladora, sino decidida en su actitud de escucha y negociación. La adición del adverbio "también", indica la posibilidad de convivencia simultánea entre estructuras disímiles. Es la actitud inclusiva y tolerante que transparenta el libro de Abad Gómez en enunciados como el siguiente: "según las circunstancias, la derecha, el centro o la izquierda pueden tener razón o estar equivocados" (130). O también cuando el hablante describe con riqueza metafórica su geografía interior: "Mis sentimientos están como mi corazón, a la izquierda; mi razón como mi cerebro, al centro; mis odios y resentimientos en mi pequeña vesícula biliar, a la derecha" (59). La alusión a los partidos políticos es clara, encarnada en el cuerpo como bien puede imaginarse de un hablante formado en medicina.
Pero vayamos por partes, para evitar conclusiones apresuradas. De la cita anterior podría llegarse a pensar que se propone aquí un sujeto carente de convicciones. Nada más lejano a un autor que dio la vida por defender sus principios. Nada más lejano también a una voz ensayística que declara: "Si toleramos todo, no podemos ser consistentes en nada y no habría forma de conservar una personalidad o una sociedad sin tener convicciones firmes sobre algunas cosas. Pero una cosa es la firmeza ideológica y otra cosa el fanatismo. Así como una cosa es tolerancia y otra amorfismo ideológico, desintegrador de individuos y sociedades" (22-23). Esta precisión es aún más pertinente en las últimas décadas, cuando el imperio del mercado seduce a la llamada generación equis con la excusa de la globalización para ofrecer en cambio la homogeneidad del consumo y la perpetuidad de las desigualdades económicas y de los privilegios minoritarios. La firmeza de criterio es tanto más urgente en una era que comercia con la información y bombardea visiones del mundo a través de los medios masivos. En este escenario propone Abad Gómez la socrática sabiduría de "tratar de cono-cernos a nosotros mismos y a los demás" (76).
¿Cómo se despliega, pues, este Yo deliberadamente contaminado de lo otro? Ante todo, comienza por establecer alianzas, por identificarse dentro de un terreno grupal fundado en el diálogo y en la concepción de poder con y no sobre otros. Los primeros párrafos del Manual de tolerancia delimitan su público: "Los que vayan a leer éste y los capítulos que siguen serán probablemente hombres y mujeres de buena voluntad que quieren conocer las ideas de otro ser humano como ellos" (15). La alusión al Nuevo Testamento, a la navideña y proverbial "Paz a los hombres de buena voluntad" (Lucas 2:14), establece una complicidad con las mayorías de formación cristiana en Colombia. La estrategia se hace más explícita en páginas ulteriores: "Así puedo, serenamente, decirle a nuestro pueblo que no necesita abjurar de sus tradiciones y religión para reclamar con vigor la justicia que por tanto tiempo le ha sido negada" (44). Se adivina aquí la adopción de una pose profética, que en otro momento emula el estilo de Martin Luther King en el célebre discurso "Yo sueño": "Sueño con un Medellín con su aire y su río nuevamente limpios. Sueño con una Colombia en donde todos sus niños puedan jugar, reír y cantar, en donde toda su juventud pueda amar. Sueño con una Colombia en donde todos los viejos podamos soñar" (100). Es la estrategia de quien se apodera de la palabra para proponer un mode-lo social deseable, el ejercicio de la política como plataforma para influir sobre el imaginario colectivo y el ideal comunitario.
Mas esta voz profética, que tradicionalmente se pondría por encima de las masas para guiarlas, se esmera aquí en resaltar sus propios límites. Se declara, como se mostró anteriormente, al mismo nivel de aquéllos a quienes se dirige. Enmienda la fórmula bíblica para incluir a hombres y mujeres, en un gesto contemporáneo de lenguaje autoconsciente ("hombres y mujeres de buena voluntad"). Insiste, desde el primer párrafo, en el sano derecho a disentir: "concedo a todos aquellos que estén en desacuerdo básico con las ideas que voy a exponer, la mejores intenciones" (15). Destaca además "el valor de admitir que no se sabe, que se duda, que no se está seguro" (102). No vacila en reconocer sus yerros: "Lo que deberíamos hacer los que fuimos alguna vez maestros sin antes ser sabios, es pedirles humildemente perdón a nuestros discípulos por el mal que les hicimos" (51). En ejercer la autocrítica: "Mi diletantismo quedará revelado en esta compilación desordenada y casi que caótica" (134). En confesar sus deficiencias: "Sé muy poco de las culturas indígenas" (88). Y, sobre todo, respeta la diversidad y asume una complicidad benevolente con cualquier otro ser humano: "Creo que nos podremos poner de acuerdo en lo siguiente: toda persona, por uno u otro camino, lo que consciente o inconscientemente está buscando es su propia felicidad" (79). Se trata, pues, de un Yo que ensaya diversas poses y subraya sus propios límites. Por esta razón, su capacidad de acción autónoma se relativiza a la vez que gana po-tencia. Se relativiza, por saber que su identidad es un cruce sucedáneo de discursos y perspectivas. Gana en potencia, porque explora su campo de acción, negocia alianzas, moviliza recursos y se renueva en el cambio.
Explícitamente nombrado y racionalmente repudiado, el gran adversario de este Yo es el fanatismo, al que vuelve con frecuencia como un fantasma por diluir de la propia conciencia. Vinculado a la violencia asesina, al deporte como opio que adormece las aspiraciones de cambio, al dogmatismo político y religioso, el emocional fanatismo, aunque se le concede el crédito de actuar con las mejores intenciones (16), es criticado en nombre del "progreso y [de] un modo de ser racional de los pueblos" (86). Quizás una de sus críticas más enérgicas es la que asocia nuestro sentido de nacionalidad con el fanatismo:
Algunas organizaciones, sectas, comunidades, religiones, y algunos partidos políticos y aun naciones enteras, se encierran en su propia "verdad" y no admiten nada que venga de fuera. Una de estas naciones es Colombia, uno de estos partidos es el comunista, una de estas religiones es la católica. Con pequeñas grietas, llamadas a desmontar inexorablemente estas posiciones totalitarias, estamos asistiendo a la lucha de instituciones que se resisten al cambio, que llevan en su mismo seno las contradicciones que harán o que se modifiquen o que perezcan (17).
Así, el Yo se despoja de su tono cómplice y pone entre paréntesis su humildad franciscana o budista para lacerar con tono airado la resistencia al cambio, poner el dedo donde más duele, y pronosticar con el destino de las potestades totalitarias. Si frente al imperio de la verdad científica se defendía el derecho a la disensión y a la defensa de las tradiciones, frente a la cerrazón dogmática se insiste en la apertura moderna, en el progreso y la racionalidad. El resultado es la puesta en escena de un Yo móvil, maleable, atento a sus "pequeñas grietas" para desmontar su propio absolutismo. Un Yo que hace de sus contradicciones más una oportunidad que un obstáculo, y que no teme delatar sus aspiraciones de poder, entendido éste como servicio y como discernimiento en compañía de otros sujetos pensantes.
Y es que, al mismo tiempo, esta voz no pierde oportunidad para avalarse, no sólo en sus alianzas, sino en la adopción de lenguajes que gozan de autoridad o prestigio. La simbología médica, por ejemplo, aparece para identificar al hablante como alguien que sabe aprovechar el crédito que tiene el discurso clínico en la vida moderna. Esta prosa exhorta a la inmunización contra el fanatismo (109), y a la higiene mental. Declara también que "tratar de acabar la violencia con otra violencia es como pretender curar una enfermedad con otra enfermedad" (68). Este universo metafórico, aunque cada vez más riesgoso en una época que cuestiona con ansiedad creciente las prácticas médicas, tiene la ventaja de evocar el equilibrio entre balance natural y saber civilizado con que hoy se reviste el interés general por la salud.
También se convalida el derecho a la palabra con diversidad de referencias, desde Lao-Tsé hasta Freud, desde Aristóteles hasta el presidente Barco, desde Fernando González y Rodrigo Arenas Betancur hasta Walt Whitman, Bertolt Brecht y Mocedades. Esas citas no exhiben erudición sino búsqueda y apertura. Es una forma de autor-izarse sin arribismos para hallar certezas simples y debates elementales como los ya enunciados en torno al respeto, la tolerancia, el derecho a la vida.
Profeta, médico, educador, político, buscador, racionalista, amante, sabio, orientalista, viajero, este hablante se identifica sobre todo, y con intrigante orgullo, con su medianía e incluso con su mediocridad: "Si a todos nos hubieran enseñado que la gran mayoría somos inevitablemente mediocres, la vida de los seres humanos sería más apacible y feliz" (27). Y más adelante desarrolla en varias páginas la necesidad de hacer el elogio "de los seres comunes y corrientes" (111), que "no serán ni los grandes científicos, ni los grandes artistas, ni los grandes políticos, héroes o santos. ¡Pero qué importa! Lo que serán realmente éstos que constituyen la medianía dorada será, sin que ellos lo sepan, los grandes sabios, [...] en el "áurea mediocritas" de que hablaba Virgilio" (111-12).
Esta peculiar alabanza de la medianía convive con la admiración por la genialidad y el deseo de cambio, así como con la proverbial fe en la perfectibilidad del ser humano y de su organización colectiva. Elogiar a la perso-na común y avalarse como tal implica potenciar la acción de cualquiera, para que se actúe aunque no se lleven a cabo grandes obras, se piense aunque no se introduzcan grandes ideas, se tome la palabra aunque no se produzcan grandes discursos. Significa, en el contexto colombiano, estimular la intervención histórica de las mayorías de buena voluntad, intimidadas por la destacada intervención de los violentos y de los represores. Constituye un gesto de admiración por la sensatez en medio del escándalo criminal que acapara la atención pública. Y es apoderarse desde esa medianía para salir a denunciar, para buscar a los desaparecidos, para defender el derecho a vivir como persona común y corriente, incierta, creadora del cambio y defensora de la permanencia. Esa persona común que, después de todo, no existe sino en la innúmera diversidad que reclama la urgencia del diálogo.
El Manual de tolerancia no es una gran obra genial. No presenta ni un cuerpo ideológico impecable, ni una fuerza poética conmovedora, ni una coherencia irrebatible. En cambio, ejerce el poder de la microestrategia, de esas "pequeñas grietas llamadas a desmontar inexorablemente las posiciones totalitarias", y pone en escena una subjetividad fundada en la escucha y en la capacidad de ceder, de negociar, de mediar, de desplegar una firmeza flexible. Es una subjetividad dislocada, difícil de localizar, que sabe doblarse y salir airosa tras escurrirse por entre las hendeduras del lenguaje y del pensamiento comunes, de lo que Julio Cortázar llamaba "la Gran Costumbre". Esta subjetividad se sirve del proyecto moderno de autonomía sin empantanarse en los privilegios y exclusiones que tal proyecto estatuye. Su autonomía es un continuo proceso de búsqueda y autocrítica, como la que plantea Castoriadis, consciente de que lo social, en cuanto producto de la imaginación colectiva, puede modificarse mediante la circulación de imágenes alternativas. Es, en suma, una subjetividad valerosa, humilde y futurista, que propone la entereza de abrazar y transformar a Colombia hacia adentro y desde fuera de sí misma, igual que el Yo se constituye desde fuera, desde su otredad interior. Mucho más de doscientos años tiene en su bagaje el Yo así desplegado, que se nutre de la tradición decimonónica, coquetea con el ideal del progreso, y se acoge al papel mediador que implica una era de globalización y de tolerancia todavía por construir.
Termino con un pasaje del Manual de tolerancia que no sólo refrenda el Yo que aquí se ha esbozado, siempre dispuesto a dejarse morir en el abrazo al cambio, sino que además neutraliza la potencia trágica que se creyó ejercer con su asesinato. Una de las razones por las que se asesina con tanta avidez es porque se piensa que la muerte elimina la disensión y constituye el mayor mal que se pueda brindar. Pero el pensamiento de Abad Gómez cobró fuerza con su asesinato, y la muerte no fue para él un castigo, como lo atestigua esta cita:
Decía Montaigne que la filosofía era útil porque enseñaba a morir. Para mí, que en este proceso de nacimiento-muerte que llamamos vida estoy más cercano a la última etapa que a la primera, el tema de la muerte se va haciendo cada vez más simple, más natural y aun diría que -no ya como tema sino como realidad- más deseable. Y no es porque esté desengañado de nada ni de nadie. Tal vez todo lo contrario. Porque creo que he vivido plenamente, intensamente, suficientemente (79).
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